—Marilla, ¿puedo ir a ver a Diana un minuto? —preguntó Ana, bajando sin aliento de la buhardilla un atardecer de febrero.
—No veo qué necesidad tienes de salir después de oscurecer —dijo Marilla bruscamente—. Diana y tú habéis vuelto juntas de la escuela y luego os habéis quedado en la nieve durante media hora más charlando sin cesar. De modo que no veo qué razón tienes para verla otra vez.
—Pero es que ella quiere verme —rogó Ana—. Tiene algo importante que decirme.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque me hizo señas desde su ventana. Hemos convenido un sistema de señales utilizando velas y cartón. Ponemos la vela en el alféizar y hacemos señales poniendo y quitando el cartón. Tantos destellos significan determinada cosa. Fue idea mía, Marilla.
—De eso estoy segura —dijo Marilla enfáticamente— y lo próximo que conseguiréis con vuestras señales es prender fuego a las cortinas.
—Oh, Marilla, somos muy cuidadosas. ¡Y es tan interesante! Dos destellos significan «¿Estás ahí?». Tres quieren decir «sí» y cuatro «no». Cinco, «ven lo antes posible porque tengo algo importante que decirte». Diana justamente hizo cinco señales, y estoy sufriendo por saber de qué se trata.
—Bueno, no necesitas sufrir más tiempo —dijo Marilla sarcásticamente—. Puedes ir, pero debes estar de vuelta exactamente dentro de diez minutos. Recuérdalo.
Ana lo recordó, y regresó dentro del tiempo estipulado, aunque nunca nadie sabrá lo que le costó limitar el mensaje de Diana al reducido límite de diez minutos. Pero por lo menos, los aprovechó bien.
—Oh, Marilla, ¿qué le parece? Ya sabe que mañana es el cumpleaños de Diana. Bueno, su madre le ha dicho que podía invitarme a ir a su casa después de la escuela, y que me quedara a pasar allí la noche. Y sus primos vienen de Newbridge en un gran trineo para ir al festival que se celebrará en el Club del Debate mañana por la noche. Y van a llevarnos a Diana y a mí al festival, si usted me deja, claro está. Me dejará, ¿no es cierto, Marilla? ¡Oh, me siento tan excitada!
—Puedes calmarte entonces, porque no irás. Estás mejor en casa, en tu propia cama, y en cuanto a ese festival del Club, son tonterías, y no se debe permitir a las niñas que vayan a lugares así.
—Estoy segura de que el Club del Debate es un lugar de lo más respetable.
—No digo que no lo sea. Pero aún no es hora de que vayas a festivales y pases fuera de casa toda la noche. ¡Bonita cosa para criaturas! Lo que me sorprende es que la señora Barry deje ir a Diana.
—Pero es una ocasión tan especial... —gimió Ana al borde de las lágrimas—. Diana cumple años sólo una vez al año. No es como si los cumpleaños fueran algo común, Marilla. Prissy Andrews va a recitar «El toque de queda no debe sonar esta noche». Es una poesía tan edificante, Marilla; estoy segura de que me hará muchísimo bien oírla. Y el coro va a cantar cuatro patéticas y maravillosas canciones que son casi tan buenas como himnos. Y, oh Marilla, el Pastor va a tomar parte; sí, no hay duda de que va a pronunciar un discurso. Será algo así como un sermón. Por favor, Marilla, ¿puedo ir?
—Ya me has oído, Ana. Ahora quítate las botas y ve a acostarte. Son más de las ocho.
—Sólo una cosa más, Marilla —dijo Ana con aire de estar jugándose la última carta—. La señora Barry le dijo a Diana que podríamos dormir en el lecho del cuarto de huéspedes. Piense en el honor que significa para su pequeña Ana el ser alojada en el cuarto de huéspedes.
—Pues tendrás que pasar sin ese honor. Vete a la cama, Ana, y que no vuelva a oírte decir una palabra más.
Cuando Ana hubo subido tristemente con la cara llena de lágrimas, Matthew, que en apariencia había estado profundamente dormido en el sofá durante todo el diálogo, abrió los ojos y dijo con decisión:
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Ana la de Tejas Verdes
Novela JuvenilAna es una niña de once años, pelirroja, pecosa y muy traviesa. Es huérfana desde los tres años y, por error, termina como hija adoptiva de los hermanos Matthew y Marilla Cuthbert, en la granja de Tejas Verdes. Ellos esperaban un muchacho alto y for...