Ana salva una vida

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Todos los hechos de magnitud están relacionados con los de poca importancia. A primera vista, parecería imposible que la decisión de un primer ministro canadiense de incluir a la isla del Príncipe Eduardo en una gira política pudiera tener algo que ver con el destino de la pequeña Ana Shirley, de «Tejas Verdes». Pero lo tuvo.

El premier llegó en enero, para dirigirse a sus partidarios y a los adversarios que se dignaran asistir a la asamblea que se reuniera en Charlottetown. La mayoría de los habitantes de Avonlea estaban con el premier y por ello, en la noche de la asamblea, casi todos los hombres y la mayoría de las mujeres habían ido a la ciudad, a cuarenta y cinco kilómetros de allí. La señora Rachel Lynde había ido también. Esta dama era una apasionada de la política y no hubiera creído posible que reunión alguna pudiera realizarse sin su concurso, aunque fuera opositora. De manera que fue al pueblo y llevó consigo a su marido —Thomas sería útil para cuidar el caballo— y a Marilla Cuthbert. La propia Marilla tenía un secreto interés por la política y como pensara que tal vez ésa fuera su única oportunidad de ver un primer ministro vivo, aceptó prontamente, dejando a Matthew y Ana al cuidado de la casa, hasta su regreso al siguiente día.

Por lo tanto, mientras Marilla y la señora Rachel se divertían en la asamblea, Ana y Matthew tuvieron para ellos solos la alegre cocina de «Tejas Verdes». En la vieja cocina Waterloo danzaba un alegre fuego y sobre los cristales brillaba la escarcha. Matthew cabeceaba sobre «El defensor de los granjeros» en el sofá y Ana estudiaba con determinación sus lecciones en la mesa, a pesar de las continuas miradas que echaba al estante del reloj, donde estaba el nuevo libro que le prestara Jane Andrews. Jane le había asegurado un buen número de estremecimientos o palabras de admiración, y los dedos de Ana ardían por tocarlo. Pero eso significaría el triunfo de Gilbert Blythe a la mañana siguiente. Ana se volvió de espaldas al estante y trató de imaginar que no estaba allí.

—Matthew, ¿estudió usted geometría alguna vez cuando iba al colegio?

—No, creo que no —dijo Matthew, saliendo bruscamente de su modorra.

—Me gustaría que sí —suspiró Ana—, porque me tendría compasión. No se puede tener la compasión correcta si nunca se la ha estudiado. La geometría está nublando toda mi vida. ¡Soy tan zopenca en ella, Matthew!

—Bueno, no lo creo —dijo Matthew, conciliador—. Me parece que eres buena en todo. El señor Phillips me dijo la semana pasada en el almacén de Blair que eres la colegiala más inteligente y que harías rápidos progresos. «Rápidos progresos» fueron sus palabras. Hay muchos que acusan a Terry Phillips y dicen que es un mal maestro, pero creo que no es así.

Matthew pensaba que cualquiera que alabara a Ana era bueno.

—Estoy segura de que me iría mejor en geometría si no me cambiara las letras —se quejó Ana—. Me aprendo los teoremas de memoria y entonces él los escribe en el pizarrón con letras distintas de las del libro y yo me confundo. No creo que un maestro deba utilizar unos medios tan mezquinos, ¿no le parece? Ahora estamos estudiando agricultura y he descubierto qué hace rojos a los caminos. Me tranquiliza pensar cuánto se deben estar divirtiendo Marilla y la señora Lynde. La señora Rachel dice que el Canadá se hunde por culpa de la forma en que llevan las cosas en Ottawa y que es una advertencia para los electores. Dice que si las mujeres pudieran votar, pronto veríamos un cambio favorable. ¿Por quién vota usted, Matthew?

—Por los conservadores —dijo rápidamente Matthew. Votar por los conservadores era parte de la religión de Matthew.

—Entonces yo también soy conservadora —respondió Ana decididamente—. Me alegro porque Gil... porque algunos de los muchachos del colegio son liberales. Sospecho que el señor Phillips es liberal, porque el padre de Prissy Andrews lo es y Ruby Gillis dice que cuando un hombre corteja a una muchacha tiene que estar de acuerdo, con la madre en religión y con el padre en política. ¿Es verdad eso, Matthew?

Ana la de Tejas VerdesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora