Ana disfrutó aquel verano con todo su corazón. Diana y ella vivieron totalmente al aire libre, gozando de todas las delicias que les brindaban el Sendero de los Amantes, la Burbuja de la Dríada, Willowmere y la isla Victoria. Marilla no opuso inconveniente a los vagabundeos de Ana. El médico de Spencervale, el mismo que había ido la noche de la enfermedad de Minnie May, halló una tarde a Ana en la casa de una paciente, la observó agudamente, torció la boca, sacudió la cabeza y envió a Marilla la siguiente nota:
«Tenga a su pelirroja al aire libre todo el verano y no la deje leer ningún libro hasta que tenga un andar más vivo.»
Este mensaje asustó a Marilla saludablemente. Leyó en él la condena de muerte de Ana de tisis, a menos que lo siguiera al pie de la letra. Como resultado, Ana pasó el verano más dorado de su vida en lo que se refería a libertad y retozó, paseó, remó, cogió fresas y soñó con el corazón alegre; y cuando llegó septiembre tenía los ojos brillantes y vivos, un andar que hubiera satisfecho al médico de Spencervale y un corazón lleno nuevamente de ambición y deleite.
—Me siento con ánimo de estudiar con todas mis fuerzas —declaró mientras bajaba sus libros de la buhardilla—. ¡Oh, mis queridos y viejos amigos! Estoy tan contenta de ver vuestras honestas caras otra vez! ¡Sí, hasta la tuya, geometría! He pasado un verano maravilloso, Marilla, y ahora estoy tan alegre como un hombre fuerte antes de correr una carrera, como dijo el señor Alian el domingo pasado. ¿No son magníficos los sermones del señor Alian? La señora Lynde dice que mejora día a día y que en cualquier momento alguna iglesia de la ciudad lo pedirá y nos quedaremos sin él, teniendo que volver a otro ministro que aún no esté maduro. Pero yo no veo la necesidad de preocuparse antes de tiempo. ¿No le parece, Marilla? Creo que lo mejor es disfrutar del señor Alian mientras lo tenemos. Si yo fuera hombre creo que sería ministro. Ellos pueden tener mucha influencia para el bien si están fuertes en teología; y debe ser estremecedor pronunciar sermones espléndidos y conmover los corazones de quienes escuchan. ¿Por qué las mujeres no pueden ser ministros, Marilla? Se lo pregunté a la señora Lynde y se sobresaltó y me dijo que sería algo escandaloso. Dijo que en los Estados Unidos se permiten ministros femeninos, y cree que los hay, pero que, gracias a Dios, eso todavía no ocurre en el Canadá, y que espera que nunca los habrá. Pero yo no veo el porqué. Pienso que las mujeres serían espléndidos ministros. Cuando hay que preparar una reunión social, un té o cualquier otra cosa a beneficio de la iglesia, las mujeres tienen que ocuparse y hacer todo el trabajo. Estoy segura de que la señora Lynde puede rezar cada oración tan bien como el señor Bell, y no dudo que también podría predicar con un poco de práctica.
—Sí, creo que sí —dijo Marilla secamente—. Lo ha probado en infinidad de sermones extraoficiales. Nadie tiene muchas oportunidades de cometer equivocaciones en Avonlea con Rachel Lynde vigilando.
—Marilla —dijo Ana confidencialmente—, quiero contarle algo y conocer su opinión al respecto. Me preocupa terriblemente, sobre todo los domingos por la tarde cuando pienso sobre estos asuntos. Realmente quiero ser buena, y cuando estoy con usted, con la señora Alian o la señorita Stacy, lo deseo más aún y quiero sólo hacer las cosas que ustedes aprobarían. Pero generalmente, cuando me encuentro con la señora Lynde, me siento desesperadamente mala y deseo hacer justamente lo que ella dice que no debo. Siento una tentación irresistible. Ahora bien, ¿por qué le parece que me sentiré así? ¿Cree usted que es porque soy realmente mala y que no puedo regenerarme?
Marilla pareció dudar un instante y luego se echó a reír.
—Si tú estás confundida, Ana, yo también lo estoy, porque a menudo Rachel produce en mí ese mismo efecto. A veces pienso que ella influiría mucho más para el bien, como tú dices, si no estuviera siempre sermoneando a la gente sobre lo que debe hacer. Tendría que haber algún precepto contra el sermoneo. Pero no debería expresarme así. Rachel es una buena cristiana y tiene buenas intenciones. No hay un alma más noble en Avonlea y nunca elude sus tareas.
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Ana la de Tejas Verdes
Novela JuvenilAna es una niña de once años, pelirroja, pecosa y muy traviesa. Es huérfana desde los tres años y, por error, termina como hija adoptiva de los hermanos Matthew y Marilla Cuthbert, en la granja de Tejas Verdes. Ellos esperaban un muchacho alto y for...