Capítulo 8

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Me dolía el cuello y olía a humedad. Abrí como pude los ojos ya que me costaba abrirlos y vi que estaba en una extraña cueva. ¿Qué es esto? Observé milímetro a milímetro lo que había allí. Nada, no había nada. Ningún objeto humano ni nada parecido. Realmente estaba oscuro aunque de un lado salía una luz. Así que fui hacia ella. Detrás de esa luz había árboles... o eso parecía. Realmente no cabía por ese hueco. Busqué por mi maleta por si había algo útil, pero no era muy de campo y, en ocasiones así, sólo sabía chillar, llorar y desesperarme. Y así hice. Chillé lo más alto que pude, intenté no llorar mucho y mi desesperación llegó a límites inalcanzables. No sé cuánto tiempo pasé allí, supongo que en esa situación parece que pasa muchas horas y, en cambio, no es así. De repente escucho pasos, ya había dejado de chillar, mis cuerdas vocales no daban para más. Pero cuando escuché los pasos empecé, de nuevo, a pedir ayuda. Hasta que, no sé cómo, pudo quitar algunas piedras y ver mi rostro.

Mis ojos se iban a salir de sus lugares, mi boca estaba desencajada, me faltaba el aire e incluso ahora, ese lugar me parecía agradable. No. No podía ser. Es verdad que quería encontrarme con él, pero por su rostro, algo me decía que ese no era el mejor momento. Ya habíamos acabado mal la última vez que nos vimos y no quería rematarlo. Me miró, me miró... y me miró. No dijo nada ni se movió, sólo me miraba con el ceño fruncido, supongo que esperando una respuesta. Pero yo no sabía que decirle así que no dije nada. Me senté como pude, apartando su mirada de la mía. Empezaron a caer lágrimas, lágrimas silenciosas que Joseph no vio. No quería que me viera así. Así que intenté hacerme la dura y, sin mirarle, le pregunté:

── ¿Sabes dónde está Joyce? ¿Sabes que ha dejado una nota y se ha marchado, así sin más? ── No pude ver su reacción, pero creo que le sorprendí.

── Así que estás aquí por ella... ── ¿Por ella? ¡Pues claro que estoy aquí por ella! Esta vez sí le miré.

── ¿Cómo que por ella? ¿Está aquí verdad? ─asomé la cabeza por el agujero─ Quiero verla. Ayúdame a salir. ── Joseph no se movió y yo quería salir de allí.

── No, no... ¿Qué te dijo Joy? ¡Que no entraras más! pero... ¿cómo hay que decirte las cosas, cabeza de chorlito? ── No me chillaba, pero su tono denominaba enfado y rabia.

── Yo... yo... Es que... ¡esta chica es imbécil! ─chillé─ ¡No se puede ir sin más, dejando una porquería de nota! ¿Sabes cómo estamos todos los que la queremos? ¡Fatal! ── En ningún momento bajé el tono. Quería que viera mi preocupación y la desesperación, no tan sólo mía sino la de todos sus seres queridos.

── Em, su trabajo es cuidar de los tuyos y es la única manera que había para no rendirse. Si se despedía de todos vosotros le iba a resultar muy complicado. ── Tragué saliva, no quería seguir con esta conversación.

── Bueno, ¿me vas a ayudar o qué? ── Levanté una ceja. Joseph por un momento vaciló, pero luego me ayudó a salir de aquel lugar que nunca más quería pisar. Él tiraba de mí y yo empujaba hacia él, así estuvimos hasta que salí escopeteada, cayendo encima de él. ¡Estaba encima de Joseph! Madre mía, otra vez los calores esos... Pero no me dejó ir, me agarró con un brazo por la cintura, no me había dado cuenta de lo fuerte que está. Con el otro brazo libre, llevó su mano a mi mejilla, tocando los sitios donde estaban húmedos por las lágrimas que habían caído.

── Preciosa vista. ── Susurró. Esta vez sus dedos visitaron cada parte de mi rostro: mis cejas, la nariz, las pecas de debajo de mis ojos, mis mejillas y mis labios. Estábamos muy cerca, pero no le tocaba, no quería. No quería encapricharme más con este chico.

── ¿Sabes? Tengo ganas de besarte. ── No me sorprendí, realmente yo también quería. Le iba a responder, pero puso su dedo índice para que no pudiera decir nada. A los segundos, su mano estaba en mi nuca, acercándome a sus labios. Lo hizo tan lentamente que pensé que me moría en el intento. Mis labios rozaron los suyos, eso provocó mil y una sensaciones en todo mi cuerpo, coloqué mis manos a cada lado de su cara y profundicé el beso. No llegaron a tocarse nuestras lenguas, pero era feliz, estaba en sus brazos, a salvo. Nuestros cuerpos pedían un tiempo muerto. Y en ese momento me acordé de mi misión: llevar a Joyce de vuelta a casa.

Ante el espejo (editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora