Capítulo especial

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ATENCIÓN:

Si te gustó el final de la historia NO leas esto... puede llegar a defraudarte...

Una chica con pelo corto, gafas de color azules y un poco rechoncha, me miraba con los ojos abiertos.

—¿Y tú quien eres? —le contesté de una forma tosca. Como sea igual que el otro imbécil que se coló... Además, no podría entrar nadie ya que se destruyeron todos los espejos.

—¡Eh! —contestó la chica—, un respeto. —dijo mientras me señalaba con el dedo. La verdad es que imponía un poco. Se acercó al cuadro que estaba haciendo para Joseph y sonrió.

—¡Oh! —exclamó— ¡Qué bonito te está quedando! —dijo mientras lo miraba y abría la boca con admiración. A los segundos, después de un –eterno– silencio, dirigió su mirada hacia mí y empezó a mirarme de hito en hito. No negaré que me incomodaba, pero ella no era como el imbécil de hace unos meses. Carraspeé para que se diera cuenta de que sabía que me estaba mirando de un modo acosador. La chica al escuchar mi carraspeo, mi miró y le elevé mi ceja derecha.

—Venga, no te hagas la durita conmigo... En el fondo te doy miedito. No soy John, ese murió con el espejo. No soy mala... Soy... soy... —titubeó—. Bueno, soy Loida. La persona que... ta ha dado vida. —«la persona que te ha dado vida», repetí en mi mente cual mantra. A mí me dio la vida mi... madre. Bueno, ella podría serlo, pero la encuentro muy joven.

—¿Quién eres exactamente? ¿Dios acaso? —pregunté. Ella negó con la cabeza mientras se le escapaba una risita.

—No... no me considero como tal. Pero sí soy tu... madre. No en ese sentido, tu madre está bien. Un poco sola sin ti, pero feliz como ella sabe serlo. Soy otro tipo de madre. Soy la escritora de esta historia. De tu historia Emma. —¡no me lo podía creer! La verdad, a estas alturas de la historia (y nunca mejor dicho), me podría creer cualquier cosa. Pero es cierto que siempre me he preguntado de dónde venía. Siempre me he sentido un poco extraña y a lo mejor ella sabe por qué. Dejé los pinceles y las pinturas en mi maletín y la invité a que viniera conmigo. Quería ver eso de que ella era mi ¿escritora? Sí, se puede llamar así.

No adentramos en el bosque, dirección la cascada. La verdad es que ahí pasaron muchas cosas y la escritora le dio mucha importancia a ese lugar. Así que seguro que lo conocería mejor que yo. Ya estábamos muy cerca y se empezaba a oír el agua chocando contra las piedras. Loida me miró y empezó a saltar de alegría... o eso creo.

—¡La cascada! —gritó eufórica cuando llegamos. Empezó a observarlo todo; a escuchar y a tocar el agua como la que nunca hubiese estado en un sitio parecido. Yo no podía hacer otra cosa que reírme de ella para mis adentros. Aunque reflexionando un poco... seguro que yo estaba igual de atónita que ella cuando vi esto por primera vez. De repente, empezó a quitarse la ropa hasta que se quedó en ropa interior y gritó:

—¡Venga Em! ¡Lo has hecho muchas veces! —gritó— Yo no te besaré, ¡lo prometo! —dijo entre risas antes de escabullirse dentro del agua. Me gustaba esta chica... quizá era porque me había “parido”. Le tomé la palabra y, a los segundos, me reuní con ella. Empezamos a jugar y a chapotear como dos niñas. Hasta que decidimos tumbarnos al sol hasta que nos secáramos.

—Esto es gloria... —dijo entre suspiro y suspiro.

—Ajá.

—Bueno... ¡cuéntame! ¿Qué tal todo? ¿Te gusta cómo ha sido tu vida y cómo está siendo? —me preguntó.

Ante el espejo (editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora