Capítulo 4 (editado)

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Me levanté del maldito balancín. No podía quedarme parada. Y con mi dedo índice apuntándola le dije:

—¿Sabes Joyce? ¡Estoy harta de que todos me mientan! ¡Harta! ¡Primero mi madre con el viaje, luego el sueño ese que no sé ni que pensar, mi padre, incluso Elliot y ahora

tú! ¿Te crees que soy tonta? ¿Eso es lo que piensas? ¡Parece que no me conoces! —exclamé. Me di cuenta de que estaba gritando. No le quería gritar a Joyce. Aunque, bajo mi punto de vista, era lo que merecía, pero bajé la voz—. Bueno, realmente soy yo la que no te conozco.

No tenía más nada que decir. La miraba y ella prestaba atención a sus manos que jugueteaban, sin dirigirme ni una sola mirada. No sabía qué pasaba por su cabeza y la verdad, ahora mismo, no me apetecía estar con ella, no me apetecía ni mirar el cuadro. Sólo quería estar sola.

—Vete. —lo solté sin pensar, pero necesitaba que se fuera. Me escudriñó con la mirada, intentando adivinar si era una broma o realmente iba en serio, captó la idea. Se levantó y se marchó. En cambio, antes de salir por la puerta, le cogí del brazo. Arranqué el dibujo que hice hace diez minutos y se lo di.

—Toma. Un recuerdo de tu paseo a las tres de la mañana hasta el museo. —de nuevo, sus ojos iban a salirse de sus órbitas. Pero lo cogió, lo dobló y se lo metió en uno de los bolsillos del pantalón.

—Adiós Em. —susurró, era consciente de mi enfado y por eso no me persuadía para quedarse. Las palabras no salían de mi boca. Cerré la puerta como pude y me dirigí a mi habitación. Dejando el cuadro, la montañita de papel y las salchichas por el jardín.

Todo lo que creí que era mi vida... Una vida que no era perfecta, pero que a su manera, lo era. Una vida llena de amor por mis seres queridos y viceversa. Pero esto ya no era así, ya no veía tan claro mi felicidad, ni quiénes eran mis amigas, ni qué sería de mi

padre y de mi madre... Mi vida se estaba descontrolando y yo debía empezar a pensar en mí, estudiar y a plantearme mi futuro.

Tras un fin de semana llena de emociones, el lunes llegó y con él dos exámenes. Uno de historia del arte y otro de inglés. El de inglés estaba controlado, pero historia del arte... ¡Me quería morir! Odiaba esa asignatura. No me iba a servir para nada, bueno, sí, para que mi nota media de bachillerato baje. ¡Agg!

No quería que Jess y Sara se enteraran de mi... ¿percance? ¿charla intensa? con Joyce.

No sabía muy bien cómo llamarlo, pero no quería preocupar a las demás y menos ahora, con los exámenes. Jess estaba tan centrada en su prueba de física y química que

no notó mis ojeras. Sin embargo, Sara, la chica más presumida de nosotras, sí. Le dije que me gustaba un chico y que estaba fuera de mi alcance y que eso no me dejaba dormir... ¿acaso era mentira?

Esa semana fue un no parar. Cuando no estudiaba para un examen, estaba haciendo un trabajo o descansando. Ya que, en una noche, podría dormir tres horas. ¡Qué estrés! Pero ya quedaba menos para ser libre.

***

Mayo terminó.

Y con él los malditos exámenes de segundo de bachillerato. Sin embargo, había malas noticias. Me quedaron dos suspensos: lengua y, como no, historia del arte. Mi madre

me preguntó que cómo podía odiar historia del arte y poder estar tan pancha tres horas en un museo. Pero estudiar arte no era lo mismo que crear arte. Así que esa fue mi respuesta.

Aún no había arreglado nada con Joyce. En cambio, seguíamos saliendo con las chicas. Era muy incómodo, pero no iba a renunciar a todas mis mejores amigas, además ellas no tenían culpa de nada. Esperaba que Joyce no pensara que iba a ser yo quien me comiera el orgullo (una frase muy de ella) cuando realmente quien la fastidió fue ella. No estaba comprometida a arrastrarme tanto.

Ante el espejo (editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora