La Carga (SinSentidos 6)

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El olor a mar le llega a través del pequeño boquete, mal llamado ventana, que se encuentra casi limitando con el techo de la habitación. La luz del sol no se filtra por el hueco desde hace un tiempo ya (por lo que asume que debe ser entrada la medianoche). A su lado reposa una bandeja llena de comida y a lado de ella un balde que el captor dispuso para que hiciera sus necesidades. Ya será el cuarto día que no ingiere comida alguna y espera tener el valor de llegar hasta el último día y no acobardarse a último momento como tantas otras veces. No es la primera vez que se pone en situación de abstinencia, es casi como una secuencia sistemática la que sigue en sus constantes huelgas de hambre. Primero deja de hablar con el captor y se niega a la comida, el agua y la higiene. Luego tras pasar uno o dos días sin líquido, decide que sea la inanición quien lo mate y sucumbe ante el deseo cristalino del agua. La falta de comida le dura alrededor de 5 o 6 días (hubo incluso una ocasión en la que llego a 8 días) hasta que finalmente hace caso a su estómago (que para ese punto le quema de hambre) y devora vorazmente la bandeja de turno. Por debilidad se desmaya y es ahí cuando el captor aprovecha para higienizarlo a base de baldazos de agua y jabón. Hubo un par de ocasiones en que esto le provoco enfermedad pero como si fuese burla del destino esta nunca le llevo el alma. También podría probar métodos más sencillos, pero su captor se asegura de no darle herramienta alguna para cometer el acto. Por el hueco de la supuesta ventana apenas pasa una brisa, y no hay elementos cortantes a su alcance ni tampoco algo que pueda ser usado como soga.

¿Cómo había llegado allí? No lo sabía, una mañana tan solo se supo encerrado en aquella torre sin recuerdo alguno de una vida pasada. Eran él y su captor, nadie más. Lo sabía a la vez como verdugo y como padre, amigo, protector. De vez en cuando le odiaba con el alma por ser el culpable de su encierro, pero cuando se sentía solo añoraba su compañía. No todas las veces era un martirio estar allí, a veces se sentaban ambos en la pequeña celda y conversaban. En un par de ocasiones llevaba libros para que el leyera pero siempre bajo su supervisión, tan meticuloso era que no dejaba siquiera que se hiciera cortes con el papel. Su captor estaba consciente de esta dicotomía que albergaba en él, de modo que cuando se encontraban solos en la habitación estaba seguro que no haría nada para escaparse. Este extraño contraste entre amor y odio tal vez haya sido una de las razones por las cuales siempre terminaba por abandonar sus intentos de suicidio.

Recién al octavo día que empieza a comer nuevamente, y esto se debe al hecho de que aquella ocasión su captor sube con la cena y se sienta a su lado instándolo a nutrirse. Ha traído también un libro pesado que lo dejo a un lado en cuanto se sienta a su lado. Observa mientras el, silencioso, devora la comida lamentando no poder mostrarse menos famélico. En cuanto termina le acerca una jarra de agua y el otro bebe copiosamente. Tras esto procede a hablarle: el mundo sigue en guerra, no hay consenso de ninguna de las partes y la gente sigue muriendo. En su país envían jóvenes al frente de batalla y según los expertos esta situación durara un par de años más. La comida escasea y se rumorea que los líderes y los grandes magnates se refugian en algún paraíso que se han construido en algún rincón del mundo.

Tras esto, el captor pasa a cederle el libro y abandona la habitación. Le ha notado débil, sus pasos eran lentos cuando entro y lo fueron más aun al salir, cuando le hablaba estaba tartamudo y muchas veces le costaba recordar las palabras, y su tez estaba blanca como la leche ¿estaría enfermo? ¿O tan solo sería un signo de vejez? Nunca lo había visto como un anciano, más bien parecía un hombre entrado en su adultez media, aunque por cómo le ha visto ahora no podría saber si ya estaba entrando en la senectud. Aun así, lo más inquietante es que le haya dejado el libro cuando en otras ocasiones la lectura era dada únicamente bajo su supervisión.

Toma el ejemplar en sus manos y empieza a hojearlo:

"La existencia es la mayor de las contradicciones humanas. Caemos al mundo sin ser invitados y nos tenemos que hacer responsables de nuestra vida. Las decisiones que tomamos nos llevan por distintos caminos, y moldean el futuro que nos planteamos. Sin embargo hay un futuro común para todos y ese es el retornar al estado base del no existir, a levantar la carga de los hombros. La muerte es el último destino y por tanto la razón de la existencia. Del vacío venimos y al vacío hemos de volver, en nuestros ojos se percibe esa verdad: en los ojos de los impuros vemos que quieren volver aquel lugar de donde vienen."

Tras leer estas pocas líneas deja el libro nuevamente a su costado. No le ha parecido interesante y se pregunta porque el otro había elegido aquel en especial para subirle aquella noche ¿habrá querido decirle algo? O bien podría haberle anunciado algo en particular. Se le veía enfermo, decaído y le empezaba a parecer claro que su existencia en el mundo estaba llegando a su fin. Tal vez el otro también lo había notado, se veía desvanecer y por ello había ido a hablar con el aquella noche, por eso había deshecho una de sus tantas reglas.

No puede dormir, la duda lo aqueja ¿Qué pasaría si en este momento se animaría a trasponer la puerta? Tal vez ni siquiera está con llave, tal vez fuera lo espera el otro y a la salida lo recibirá moribundo instándole a que abandone el edificio, que ya todo ha terminado. Pero, ¿no había guerra del otro lado? Hambre, miseria, corrupción. No, tal vez esos solo fueran inventos de su captor para mantenerle ahí, que no deseara tomar plena posesión de su ser. Sí, eso era una invención así como el libro y su pesimista visión del mundo. Solo tiene que atravesar la puerta para comprobarlo. No puede dormir, tan solo se limita a mirar la puerta.

La comida no llega al día siguiente y el de a poco se ha trasladado desde un rincón de la habitación a otro. Agazapado en un nicho mordisquea un poco de alimento que le ha sobrado de la noche pasada y hojea el libro. Tiene los ojos hinchados de insomnio y tiembla un poco por la falta de alimento y sueño. Pese a sostener el ejemplar en las manos su atención no está puesto en el (del que aún no ha pasado de las primeras páginas) sino que de tanto en tanto se desvía a la puerta que se mantiene inamovible y esto le genera angustia. Aun así decide esperar otro día más.

El hambre le mata, han pasado ya cinco días y no hay signos del captor. No se anima a atravesar la puerta, que de seguro está cerrada. La buena noticia es que ha podido dormir, aunque sea un par de horas por noche donde puede desprenderse de su miseria. No sueña nada, tan solo un vacío negro acompaña su mente a la hora de cerrar los ojos.

Al séptimo día es que ya no puede más. Reptando avanza de un rincón de la habitación a otra y finalmente alcanza el picaporte. La puerta cede al instante, como si hubiera estado esperando que él se acercara. Se levanta débilmente y camina por el pasillo hasta llegar a un pequeño hall, decorado simplemente con una mesa de madera, una silla y un cadáver.

Su captor murió allí, sentado como si hubiese estado esperando a la muerte. El hedor es fuerte y la carne esta amoratada. Sin embargo, él puede percibirle en paz, impasible habiendo finalmente escapado de la realidad, cosa que el en sus múltiples intentos de suicidio nunca logro hacer.

Pasa un par de horas a lado de su mentor, de su padre y verdugo. Le vienen a la mente todos aquellos encuentros en la habitación y su mente se inunda en melancolía. Le gustaría no sentir pena por su partida, después de todo fue el quien lo privo de su libertad y aun así la tristeza le inunda, después de todo no ha conocido nunca a otra persona. Siempre han sido los dos.

Continúa su camino por el pasillo y desciende una escalera que da al vestíbulo. Allí vislumbra el gran portón de madera. El sol se desliza por una de las montañas, ya está amaneciendo. Traspasa las puertas del edificio y el aroma de la mañana le inunda los pulmones.

La carga es pesada, aún más que su propio cuerpo que de por si no tiene fuerzas para levantar. El sol le arde en los ojos, el frio le irrita los huesos. Ahí tiene su libertad, la que tanto añoro; ahora tiene las riendas de su existencia, ya no más torre, ya no más captor ni huelgas de hambre, ni la pequeña hendija de luz que atraviesa la abertura que no puede llamarse ventana.

"La muerte es el destino común de los hombres"

¿Era así? El pasaje del libro, no lo recuerda. Tal vez debería leerlo nuevamente, y además sacar un poco de comida de la despensa, donde sea que este en aquel enorme edificio. Después podría conversar un poco con su padre, aquel que aún se encuentra sentado en el hall.

Despacio vuelve sobre sus pasos y con la poca fuerza que le queda cierra el gran portón de madera.

Trilogía de Cuentos (Mis tres primeras antologías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora