Prueba Quimica (SinSentidos 12)

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El agua cristalina discurría suavemente por el arroyo, hace poco había terminado la época de lluvias y las aguas que bajaban de la montaña volvían a retomar su aspecto trasparente distinto del color turbio que solía formarse en los días de tormenta. Sumergió la cabeza y sintió como el agua refrescaba desde la sien hasta pasar por el cuerpo y llegar a los pies, luego bebió un poco y finalmente procedió a sumergir los baldes de madera, una vez estuvieron hasta el tope, los dejo a un costado y desvistiéndose se zambulló cuerpo entero en el agua.

El sol aún no había abandonado el centro del cielo cuando salió del agua, no debía haber estado más de veinte minutos refrescándose pero sabía que debía apurarse, el camino de vuelta no sería tan fácil como el de ida porque contaría con el peso extra de los baldes y si bien aún era temprano no quería llegar pasada la hora de la comida, dado que tenía un hambre voraz pero principalmente porque no quería llevarse una reprimenda por demorarse en el rio.

Había partido hace dos horas de su hogar mientras su padre despojaba al animal de su piel y su madre y hermana lavaban las verduras con el agua que les había quedado de la noche anterior por lo que fue su turno de ir a buscar más. Él hubiera deseado aprender a despellejar a los animales junto a su padre, que decía que tenía una habilidad muy particular con el cuchillo y si bien lo sostenía de una manera muy extraña era capaz de separar la carne de la piel de un solo tajo. Era una de las pocas personas que veía que podía sostener el cuchillo en la mano izquierda y eso muchas veces atraía la atención de la gente de la aldea y la admiración de los niños de su misma edad.

Le resultaba difícil mantener el equilibrio cuando las piedras se atravesaban en su camino y el agua que rozaba el borde de los baldes amenazaba con caerse a cada bamboleo. Si bien la lluvia había parado hacia unos cuatro días el barro seguía presente por lo que su paso se volvía pesado. Habían pasado los días de lluvia mayormente encerrados en la casa y solo la abandonaban en los breves periodos que había pausa entre chaparrón y chaparrón para bajar al arroyo y recoger el agua turbia. Se turnaron un par de veces para ver quién iba hacia donde estaban los cultivos y buscaba, sin mucho éxito, despejar el agua para que las plantas no se ahogasen. Por supuesto habían fallado estrepitosamente en esta misión y las verduras que ahora seguramente estaba cocinando su madre eran las únicas que habían podido rescatar de lo que habría podido ser una cosecha prospera.

De tan solo pensar el trabajo que conllevaría arreglar el huerto hacia que se le entumecieran los brazos: si bien era hábil con el cuchillo no le gustaba manejar la azada, le resultaba pesada y muchas veces al clavarla en la tierra daba con pedazos de piedra enterrados que hacían que la vibración desde el metal se extendiera por el mango hasta su cuerpo. Con el hacha que usaba para cortar leña tenía el mismo problema, aunque para ser sinceros era mucho más entretenido despedazar la madera que escarbar la tierra. Como fuente principal de leña tenían lo que una vez había sido un nogal enorme y ahora yacía tendido en medio de la extensión de hierba. Con los vecinos partían a las primeras horas de la mañana todos con hacha en mano y llegaban al nogal donde empezaban competencias de quien sería el primero en juntar más leña hasta el mediodía, momento en que volvían todos con grandes cantidades de madera hasta sus casas. Aquel era un lugar histórico del pueblo puesto que incluso sus padres habían hecho competencias y era incierto el momento en aquella inmensa atalaya de madera se había emplazado con vida extendiendo sus raíces por la tierra que ahora mismo pisaban.

La casita ya se asomaba en el horizonte y de ella salía humo que era seguramente del horno que su padre habría encendido para cocinar la carne. Ya en el último trecho por alguna razón sentía los baldes más pesados, como si la ansiedad de estar tan cerca de terminar su tarea le añadiera peso extra a los recipientes de madera. Su madre y hermana ya se encontraban sentadas a la mesa charlando entre sí con platones repletos de ensalada a su costado. Dejo los baldes cerca del lavadero y volvió a la mesa con ellas momento en el cual su padre se aproximó con la carne recién cocinada y trozo para cada uno la porción que le correspondía.

La carne le supo a fuego en la boca y le quemo parte de la garganta, o más bien era el ambiente viciado de luz del sol del lugar, le sorprendió ver casi como en imágenes separadas que su familia no había probado el plato y también era fuego en si misma. La piel le ardía y ese fue el momento en que se dio cuenta que no era la comida lo que le quemaba, se miró el cuerpo y vio para su horror como el cuero se le desprendía de la carne y dejaba en su lugar manchas de carne al rojo vivo. Asustado miro a su familia que gritaba de dolor también sufriendo el mismo tipo de infección, la pus brotaba ahora de las heridas y en el cielo vio como si se tratase de lluvia el ácido caía producto de alguna explosión allá arriba. Pensó de repente en el agua y corrió hacia el lavadero pero en cuanto hizo dos pasos sintió como las piernas perdían fuerza y hacían que cayese muerto en el suelo.


Mientras tanto, al otro lado del continente un hombre uniformado, que se encontraba en una sala repleta de monitores, bajaba el comunicador por donde había autorizado el ataque.

Trilogía de Cuentos (Mis tres primeras antologías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora