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Sana estaba riendo de la manera en la que desde que llegó a la tierra jamás lo había hecho. La reacción de TaeHyung por lo que ella hizo era la razón por la que estaba así.
El hombre estaba con el ceño fruncido, pero estaba completamente rojo y el reflejo de su rostro era de completa vergüenza y nerviosismo.
—Señor Kim, se ve lindo— halagó ella entre risas, y aunque lo pareciera, no lo hacía en son de burla, lo decía enserio.
—¿¡Qué le sucede!?— preguntaba un TaeHyung enojado, pero achantado.
Sana se volvió a acercar al humano y lo atrapó en un fuerte abrazo, haciendo que TaeHyung se removiera en su lugar, tratando de soltarse y a la vez, evitando lastimar a la chica en el proceso.
—¡Sana!— gritó frustrado el chico, pero eso solo causó otra risilla en la chica.
—¡Señor Kim!— exclamó ella con una sonrisa, mientras apegaba su rostro al pecho del hombre al que estaba abrazado.
—¡Suéltame!—
—Nop.
—¡Sana!
—Mande.
—¡Suelteme!
—Nopi.
Y algo se removió dentro de Sana al escuchar una pequeña risa salir de la boca de TaeHyung, a quien inmediatamente miró, sorprendiéndose al ver una linda, perdón, una hermosa sonrisa rectangular en esa expresión que siempre estaba tan seria.
—Lo hice sonreír— susurró sin apartar la vista.
Se arrepintió de haber dicho esas palabras, ya que al instante la sonrisa más bella que había visto, se borró y volvió a ser esa linea recta en sus labios.
—Aléjese—
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El anochecer había llegado, y a pesar de que habían pasado tantas horas desde esa escena con Sana, él no podía calmar a su corazón, a sus pensamientos, sus (supuestamente) inexistentes sentimientos.