Capítulo XIII Amar es una Agonía Parte III

3.9K 370 370
                                    

Volví sobre mis pasos, cerré la puerta y toqué con fuerza. Insistí hasta que un soñoliento Maurice abrió. Se alegró mucho al verme y esto me alivió. Hablaba en voz baja para evitar despertar a Miguel. Me explicó que éste había estado llorando toda la noche. No pude disimular mi malestar.

—Vassili, hay algo que he querido preguntarte —dijo con cierto temor—. ¿Aún estas molesto por lo que Raffaele te dijo?

—Por supuesto que no.

—Entonces por qué… Bien, cómo decirlo, parece que...

—Tengo celos —le dije sin más—. Tengo celos de Raffaele y sobre todo de Miguel. Antes, tú y yo pasábamos todo el tiempo juntos; ahora, tenemos que soportar a estos dos necios, que no hacen más que discutir y agotar nuestra paciencia. Así que me siento solo.

Esta era la verdad, aunque estaba omitiendo el detalle de estar enamorado de él, de desearlo con tal intensidad que todo lo que me habían enseñado desde niño, y que resonaba como gritos de advertencia en mi cabeza, ante la anormal y peligrosa situación en que me encontraba, careciera de importancia. Cuando lo tenía frente a mí, perdía toda mi sensatez y me sentía dispuesto a lanzarme de cabeza al mismo averno, si con eso conseguía que fuera mío.

—Entiendo —dijo sin disimular su alivio—. Lamento que tengas que sufrir esta incómoda situación, y me alegra que no sea por lo que Raffaele y yo hicimos cuando niños. Mis primos son buenas personas, pero han pasado por muchas cosas. No pierdo la esperanza de que se reconcilien pronto y...

Levante mi mano hasta su mejilla y, con toda la suavidad que fui capaz, dibujé el contorno de su rostro con mi dedo hasta posarlo en sus labios. Él guardó silencio al fin.

—No sigamos hablando para que Miguel pueda descansar —sugerí, él asintió—. Tú también necesitas dormir un poco más. Ya hablaremos después.

Me despedí con una sonrisa aunque estaba molesto. ¿Cómo es que Maurice no entendía lo que en realidad estaba tratando de decirle? Claro que, de entenderlo, yo estaría en problemas. Tenía que controlarme o perdería el privilegio de permanecer a su lado por el corto tiempo que mi familia me permitiera escabullirme de mis deberes. Hice el firme propósito de ocultar mis sentimientos y moderar mi deseo.

Resultaba fácil hacer cualquier resolución cuando no le tenía ante mí. Mas, una vez que veía a Maurice, mi mente perdía lucidez y mi entrepierna ganaba dureza. No podía controlar mis reacciones y ya empezaba a no querer hacerlo. Hubiera cometido alguna imprudencia si Raffaele y Miguel no se hubieran mantenido a nuestro alrededor la mayor parte del día, privándonos de momentos a solas.

Llegada la noche, las cosas no mejoraban. Yo quedaba a merced de mi imaginación, que gustaba de desvariar por su cuenta. Me hacia volver a ver a Maurice desnudo a orillas del lago, o le representaba en mis brazos, completamente a mi merced. Entonces, tenía que pasar por el humillante trance de aliviar con mis manos la dolorosa rigidez que me asaltaba, para terminar odiándome a mí mismo. Me iba a volver loco.

 Recordé que Raffaele había dicho que solía buscar alivio a través de alguien más y le pedí ayuda.

—¿Quieres irte de putas? —dijo con esa manera tan poco discreta que tenía de hablar.

Nos encontrábamos en su habitación los dos solos, intentando jugar a las cartas. Maurice y Miguel habían pasado el día enfrascados en recrear alguna complicada partitura, podían seguir con eso hasta bien entrada la noche.

—No tienes que decirlo de esa manera —respondí, enrojeciendo hasta la raíz del cabello.

—No hay mejor forma de llamarlo. ¿Qué clase de puta quieres? Las hay de todos los tipos en el lugar al que suelo ir. Incluso hay un precioso jovencito con el que puedes desahogarte mientras sueñas que te estás follando a Maurice.

Engendrando el Amanecer IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora