Capítulo XVI Destruir Lo Que Se Ama - Parte III

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—He equivocado la pregunta... —susurró Maurice, cansado, cuando abrió los ojos y me descubrió de pie, contemplándolo. Luego, sonrió y me invitó a acercarme.

—Ahora soy yo el que no entiende... —bromeé, dejando atrás mi mal humor para sentarme a su lado.

—La pregunta no debía ser si Miguel y Raffaele sufrían porque su amor es un pecado, sino qué es amor y qué es pecado.

—Ahora sí que me has confundido.

—Por supuesto. Tendrías que haber estado dentro de mi cabeza para entenderme. He pensado en tantas cosas a la vez que terminé mareado. Al final, me di cuenta de que lo único que importa es que ellos están sufriendo.

—En eso te doy la razón.

—Recuerdo sus rostros sonrientes años atrás. —Cerró los ojos por un momento, parecía estar paladeando sus memorias. Cuando volvió a abrirlos, vi una profunda convicción en ellos—. Quiero que vuelvan a ser felices. Los dos eran excelentes personas, y no lo digo porque los quiero, sino porque los vi ser generosos, buenos, honestos, amables y valientes. Pero han cambiado...

—¿Porque se enamoraron el uno del otro? —pregunté con recelo.

—No, cambiaron desde que se separaron.

Me explicó que sus primos comenzaron su amorío después de que él ingresó interno en un colegio de la Compañía de Jesús. Se enteró años después, cuando ya había decidido ser jesuita y acababa de entrar en el noviciado.

—Miguel me lo confesó en una de sus visitas. Se mostraba muy feliz, pero a mí no me hizo ninguna gracia. Le escribí una horrible carta a Raffaele. Él jamás contestó y no volvió a visitarme a partir de entonces. Esa carta nos separó. Perdí a Raffaele por mis celos y mi orgullo que me hizo creerme con derecho a ser su juez... —Se cubrió los ojos con el brazo. Por su voz, adiviné que contenía las ganas de llorar.

No volvieron a verse hasta que el viejo Théophane obligó Maurice a abandonar e Noviciado y lo trajo a Francia. Su primo actuó como si nada hubiera ocurrido.

—Yo sabía que ya no eran amantes. Miguel me contó una gran farsa durante otra de sus visitas al noviciado. Dijo que habían terminado porque todo había sido un juego y ya se habían aburrido... ¿Cómo es que no me di cuenta? Miguel se veía tan triste cuando me visitaba en el noviciado... Y Raffaele estaba tan extraño cuando volvimos a encontrarnos en casa de mi padre. Debí saber que toda su ruidosa alegría era fingida. Pero yo sólo pensaba en mí mismo, en mi deseo de marcharme al Paraguay... ¡Soy un miserable!

Lloró mientras se mordía el labio para no gemir. Puse mi mano sobre su pecho, queriendo transmitirle algo de consuelo. Tenía un doloroso nudo en la garganta que no me dejaba hablar.

—Ellos cambiaron por completo durante mi estancia en el Paraguay —siguió lamentándose—. Miguel se volvió cruel. Tiene fama de ser uno de los oficiales más sanguinarios del ejército español. Y Raffaele se convirtió en un libertino, violento y capaz de... ¡Oh, Dios, quisiera retroceder en el tiempo y volver a los días en que corríamos por el campo buscando tesoros!

—Maurice, no te mortifiques más.

—Me desentendí de ellos por completo. Ahora dudo de si mi partida al Paraguay fue algo más que un deseo de aventuras, de escapar de una vida sin sentido.

—¿Y qué si lo fue? No te atormentes por cosas que no puedes cambiar.

—Tienes razón. —Descubrió su rostro, lucía decidido—. El pasado es inalterable. Tengo que concentrarme en lo que puedo hacer ahora para que mis primos se reconcilien y sean felices.

Engendrando el Amanecer IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora