Antes del Infierno VI

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Epílogo

A finales de 1762, dos elegantes caballeros recorren confiados las calles de Madrid, uno lleva el uniforme de oficial español y el otro un elegante traje. Tres muchachos gitanos se hicieron señas y comenzaron a seguirlos.

—Lo nuestro también empezó como un juego —oyeron quejarse al oficial español.

—Nada de eso. Yo me tomé todo muy en serio desde el principio —respondió el otro con acento extranjero—. Lo que he tenido con Sophie ha sido simple entretenimiento.

—Vuelve a entretenerte con ella y te sacaré las entrañas.

—Yo no digo nada de tus flirteos.

—Yo nunca flirteo. Simplemente dejo que los tontos se enamoren y sufran porque no saben asumir lo que sienten por mí.

—¡Pobres infelices! —se burló el extranjero aplaudiendo—. Hasta siento compasión por ellos.

Los dos rieron a carcajadas.

—¡Ah, olvidé decírtelo! —dijo de repente el oficial—. Recibí una carta de Maurice. Asegura que está más feliz que nunca.

—No me hables de ese cretino. Jamás le voy a perdonar haberme usado para escapar de tío Théophane.

—Reconoce que te morías por saber que había llegado bien al Paraguay. Es una tontería que le guardes rencor. Además, Maurice siempre va a ser tu favorito, no creas que no lo sé, lo tuyo con Sophie es porque se le parece.

—¡Deja ya ese tema y dime a dónde vamos!

—A un lugar en el que podemos estar a solas, lejos de tío Philippe y de mis padres.

—¡Ah, que maravilloso eres! Realmente necesitaba alejarme de la Corte. La guerra va mal y el rey Carlos está furioso porque cree que Choiseul lo ha embaucado. Ya se está arrepintiendo de haber firmado un nuevo pacto de familia. Por más que mi padre intenta calmarlo, no lo escucha.

—Olvidemos la política. Hace meses que no nos vemos, han pasado muchas cosas, ya están hablando de mi compromiso y yo no me resigno a...

—Lo sé, lo sé. No sufras, vida mía. Estoy decidido a contarle todo a mi padre y pedirle que nos deje estar juntos. ¡Vamos, es mejor hablar de esto en otro lugar!

Los gitanos continuaron siguiéndolos con sigilo. Querían divertirse con aquellos incautos, sin reparar en el hecho de que llevaban espadas y uno de ellos era un gigante. De repente sintieron que alguien los golpeaba por la espalda repetidas veces, era su madre.

—¡Aléjense de esos hombres! Son peligrosos, nos van a traer desgracias, lo presiento.

Los tres muchachos no fueron capaces de replicar, el rostro pálido y lleno de terror de la mujer les hizo sentir un extraño frío.

—Están condenados —aseguró mientras los veía caminar hacia un abismo oscuro en el que el fuerte lazo que los unía, se convertiría en dolor y odio. Decidió abandonar la ciudad y marchar con su familia hacia el norte, le habían dicho que las tierras del Duque de Meriño eran un buen lugar para acampar.

Miguel y Raffaele continuaron su camino ajenos a aquella terrible profecía. Tejían con pasión su historia de amantes secretos mientras sus deberes familiares los atormentaban sin cesar. Su amor ya era algo inconmensurable y no poder estar juntos todo el tiempo resultaba cada día más difícil. La noche en que se sumergirían en el infierno estaba cerca...

Engendrando el Amanecer IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora