Capítulo XXI Madres Sin Entrañas. Parte 2

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Esperé ante la puerta. Maurice se acercó para escuchar. Pudimos percibir algunos sollozos y luego los pasos de Virginie alejándose.

—¿Te has convencido ahora, Maurice? —le regañé—. Ella venía para seducirte.

—¡Es mi culpa! —se lamentó recostando su frente en la puerta—. Si no la hubiera besado... Debo hablar con ella y hacerle entender que... ¡No sé qué voy a decirle!

—No le digas nada. Yo ya le he dicho lo que tenía que saber.

—Pero, Vassili, es muy cruel dejarla así... —se dio vuelta para verme—. Estaba llorando y...

—¡No importa que llore! ¡No te acerques a ella, por favor! —apoye mis manos en la puerta, colocándolas a ambos lados de sus rostro—. ¡No soporto que le hables, que la veas o que siquiera pienses en ella! ¿No te das cuenta? Virginie es tan hermosa... si llega a seducirte de nuevo... yo...

Mi voz se quebró. Cerré los ojos queriendo evitar que escaparan mis lágrimas. Estaba temblando y eso me humillaba terriblemente. ¿Por qué demonios tenía que sentirme amenazado por la belleza de esa mujer?

—Vassili, siempre sufres sin necesidad —dijo sonriendo—. Lo que sentí por Virginie fue producto de la soledad y la confusión en la que estaba. No creo que vuelva a repetirse.

—¿Y yo qué soy para ti? —me asustó verle relativizar aquello—. ¿También a mí me vas a olvidar cuando tus jesuitas te llamen?

—Tú eres un gran problema para mí —susurró acariciando mi rostro con el dorso de su mano—. Eres el único que despierta mi deseo y me hace olvidar todo con un simple beso. Virginie no me hizo sentir como tú lo haces —Acercó sus labios a los míos y los dejó a escasos milímetros. Su aliento me acarició.

—¡Maurice! —lo besé y los dos nos dejamos llevar.

Quise guiarlo a la cama, él aprovechó para empujarme y alejarse de mí.

—Como te dije, no puedo estar cerca de ti.

Entró en su habitación secreta e hizo que la puerta se cerrara dejándome confundido y furioso al principio. Luego, al recapacitar en todo lo que había dicho, me sentí aliviado y feliz. Maurice era mío ya en cierta forma. Dormí en su cama con una plácida sonrisa en mi rostro, ni los arañazos espectrales que volvieron a acunarme esa noche, lograron borrarla.

Maurice me despertó abruptamente en la mañana. Estaba entusiasmado por la jornada de cacería y lo primero que hizo fue desplegar sobre la cama la enorme caja en la que guardaba sus armas. Yo me levanté a regañadientes, como un gato perezoso, lamentando por anticipado todo el trajinar que me esperaba ese día.

—Date prisa Vassili. Ve a vestirte o partiremos sin ti.

—Me harían un favor —respondí rodeando la cama para colocarme a su lado—. No le encuentro sentido a perseguir un animal por el bosque.

—Cuando lo tienes servido en la mesa, siempre lo comes sin protestar.

—Me basta con que lo compren en el mercado. No veo para qué hacer el esfuerzo de darle caza uno mismo.

—¡Vassili, no puedo creer que no te gust...!

Sellé sus labios con un beso que él no esperaba. La pistola casi se le cayó de las manos.

—Eso fue por dejarme solo anoche —le dije antes de que protestara—. Y esto es por levantarme con tan poca delicadeza —volví a besarlo.

—La próxima vez enjuaga tu boca antes —rezongó apartándome—. Apestas.

Engendrando el Amanecer IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora