Capítulo XV El Cielo de un País Lejano parte I

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Desde que nos conocimos, he estado enojado con Maurice pocas veces... ¿Qué digo? ¡Es todo lo contrario! ¡Él me ha vuelto loco tanto como ha querido! Me sacó de quicio miles de veces, llevándome al límite, agotando mi cordura, destrozando mi fachada de hombre sensato y bien educado, para hacerme mostrar mi ira, mi desesperación, mis celos, mi irracional afán de ser su centro, su todo, y poseerlo en cuerpo y alma, domando al fin su espíritu impredecible, exuberante e inabarcable.

La mayoría de las veces lo hizo sin querer. Pero hubo ocasiones en las que puedo acusarlo sin reservas de hacerlo con plena intención, por el placer de verme derramarme en palabras, entonando todas las notas de las emociones más salvajes, reclamándole alguna de sus irracionales ocurrencias. Él se limitaba a mirarme con una sonrisa ladina, para luego decirme dos palabras, sólo dos palabras, capaces de hacerme perder el aplomo y la memoria de lo que fuera que me había disgustado.

Sin embargo, para la época que estoy narrando, Maurice aún no me decía esas dos palabras, al menos no cómo yo quería escucharlas. Y por tanto, mi animosidad, infantil del todo, prevaleció por semanas. Él, por su parte, se mostraba ofendido y hermético. Obviamente, cada uno asumía que era el otro el que estaba equivocado.

Gracias a que no teníamos mucha práctica en estar en semejante situación, y a que los dos éramos gente educada, manteníamos una conversación bastante normal cuando nos veíamos en la obligación de estar en la misma habitación. En el fondo, estábamos evadiendo continuar la discusión que dejamos a medias, porque yo no pensaba retractarme ni él iba a aceptar mis argumentos nunca, y nada bueno iba a salir de semejante choque.

Raffaele, por su parte, terminó por darse cuenta de lo que pasaba, e intentó mediar inútilmente. Como no consiguió que le dijéramos cuál había sido el problema, decidió por sí mismo que Maurice estaba molesto por nuestras salidas, y consideró imprudente continuar visitando a Sora.

Aquello agravó la tensión. Yo deseaba estar con Sora de nuevo, y no me hacía ninguna gracia ver a Maurice salir a encontrarse con el Rabino cada vez que Raffaele se marchaba a Versalles. También empezó a pasar tiempo con François y Etienne en París, todo para evitar quedarse a solas conmigo. Yo llegué al extremo de visitar a mi familia en varias ocasiones, por la misma razón.

Los días se acumularon, y pronto, se convirtieron en dos semanas. Mi impaciencia por ver a Sora y olvidar mi mala situación con Maurice no me dejaba dormir. Cuando sentí que la frustración ya era abrumadora, encaré a Raffaele en su habitación.

—Quiero volver a ver a Sora.

—Espera unos días más, por favor —me pidió, mientras revisaba ante el espejo que su traje estuviera del todo correcto—. Hoy debo ir al Palacio.

—¿Por qué demonios quieres ir a Versalles otra vez?

—Para mantener la simpatía de su majestad y la corte sobre mí, por supuesto. No hay nada más voluble que el afecto de un Rey. Además, debo asegurarme de disipar todo lo que las malas lenguas de Alaña y los amigos de Sophie hayan sembrado en contra de Maurice. No olvides que mi pequeño primo está a un paso de ser desterrado.

Esto me preocupó tanto que me sentí bastante estúpido por andar lloriqueando por Sora, como un niño. La cordura no me duró mucho. Cuando Rafael anunció al día siguiente que se marcharía a una larga jornada de cacería con el rey, llegué a mi límite.

—Iré con Sora yo solo. Pagaré por mí mismo.

—De acuerdo —contestó Raffaele, mirándome con picardía—. Pareces un gato en celo. Dile a Asmun que se encargue de todo. Él hará la cita, preparará el carruaje y el cochero que mejor convenga.

—Perfecto —exclamé, satisfecho y dispuesto a salir en busca de Asmun.

—Espera, Vassili. —Su tono serio me asustó—. Ten cuidado de no aficionarte demasiado a Sora. Recuerda quién es, lo que hace contigo lo hace con cualquiera que pague suficiente.

Engendrando el Amanecer IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora