Historia de Elizabeth - Tercera Parte

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Al cabo de unos minutos llegamos, y estaba preparada para rechazarle si intentaba besarme. Esa actitud tan misteriosa que tenía le había quitado toda la magia a la noche, y solo quería entrar a mi casa. Él se apresuró a quitarse el cinturón y se desmontó para abrirme la puerta, me ayudó a salir y la cerró tan pronto lo hice. Lo miré y ahí estaba; con una cara neutra, aun sin decir una sola palabra. Sentía un poco de vergüenza y de rabia a la vez, así que le dije que pasara buenas noches y me dispuse a marcharme. Cuando di la espalda, su mano derecha sujetó mi brazo izquierdo con fuerza. Lo miré y sonrió, entonces tiró de mí, y al tenerme un poco más cerca, me tomó por la cintura y me contrajo contra su cuerpo. Podía sentir con mucho más vigor el dulce olor de ese perfume que deleitaba mi olfato desde que pasó a recogerme, y pude apreciar más de cerca el hermoso café de sus ojos. Mientras aún me apretaba por la cintura, alzó su mano izquierda y recogió una parte de mi cabello que cubría mi cara, luego se acercó lo suficiente para que nuestras frentes hicieran contacto. Cerré los ojos esperando que me besara, pero no lo hizo, solo rozó sus labios contra los míos y respondí tratando de enlazarnos con un beso, pero no sucedió. Abrí los ojos sintiendo aún su respiración mezclarse con la mía y lo miré. Vi cómo me miraba con una sonrisa pícara en el rostro, él sabía que mi boca pedía a gritos sentir la suya y disfrutaba verme así: desesperada, sedienta y con ansias. Y lo volvió a hacer, paseó sus labios por los míos deslizándose hasta mi mejilla y ahí dejó caer el beso: un beso tierno y sensual. Luego, retrocedió un poco y esta vez sí me besó. Fue un beso lento, cargado de dulzura, sentí que el tiempo se detuvo por un instante y que hicimos del beso un baile coordinado. Pero el segundo, el segundo beso fue diferente: posó su mano detrás de mi oreja y hundió sus dedos suavemente por mi cabello mientras me besaba con pasión. Mi cuerpo no podía resistir lo que eso provocaba y se balanceaba a su voluntad, tratando de suprimir la sensación electrizante que corría por toda mi piel.

No sé cuánto tiempo pasó, pero fuimos interrumpidos por una ligera llovizna que empezó a caer y tuvimos que despedirnos. Desde esa noche, inició nuestro noviazgo. Salíamos muy a menudo y hablábamos todos los días, prácticamente durante todo el día. Unos meses más tarde, se lo presenté a mis padres, formalizamos nuestra relación y todo iba marchando muy bien. Él era muy atento y siempre estaba ahí para mí. En nuestra relación reinaba la pasión y esa locura juvenil que nos hacía actuar sin pensar; éramos dos pervertidos adictos el uno al otro. El simple hecho de tenernos cerca nos ponía inquietos y, de tan solo vernos, sentíamos un fuego voraz consumir nuestra piel. Pero un día, un día todo cambió; en un instante, todo ese amor bonito se fue a la basura.

Mi primer amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora