(Completa).
Los Míston han sido los guardianes de la ciudad por décadas; sin embargo; el último heredero de la familia es un hombre senil y sin descendencia.
Emma y Hugo, un par de hermanos que han estado toda su vida en el Orfanato Central, se ver...
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Ema estaba en lo cierto. La pequeña flama de la lámpara de aceite había creado un gran incendio. Bajando por las escaleras se veía el fuego apropiarse del lugar. Las sombras habían desaparecido. Solo quedaban muebles chamuscados en una habitación que parecía un horno gigante. La construcción había sido edificada en adobe y piedra; sin embargo, las vigas de la casa y las columnas eran de madera, igual que el tapiz de los pisos de la primera y segunda planta. Era cuestión de minutos para que el orfanato se incendiara.
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—¿Qué podemos hacer, Emma? —preguntó Hugo, pasando sus manos sobre los ojos—. Jamás hemos lidiado con un incendio, y más sin poder llegar hasta el origen de este. Bajar por las escaleras es imposible. Moriríamos quemados, igual que esas criaturas.
Emma sintió el corazón en la boca. ¿Qué podrían hacer?
El humo se extendió como una inmensa nube negra. A pesar de que estaban en el patio, la cantidad de hollín los obligó a moverse a la entrada del orfanato. En ese momento, Emma recordó el pozo, que en todo momento había estado allí, junto a ellos, y que habían ignorado por la situación.
—¡Tengo una idea! —dijo —. Puede funcionar.
Al decir esas palabras lanzó un gemido.
—Necesitamos cubrir esas heridas. —Hugo se quitó la camisa y la rasgó en varios pedazos; después, con la mayor ligereza, cubrió el brazo de su hermana y lo apretó con suavidad.
—Gracias, Hugo. Ahora necesito que toques la campana para que los niños vengan al patio. Si el fuego continúa, tendremos que abandonar el orfanato.
—Nunca hemos estado afuera, y mucho menos ellos.
—Lo sé. Tengo órdenes de jamás abrir el portón. Creo que la madre Lucía nunca se imaginó un incendio.
—Emma, y ¿sí aún quedan criaturas en el orfanato? Han muerto las que estaban en el sótano, pero eso no nos asegura que no hallan más. No estamos en la capacidad de combatirlas. Además; no sabemos qué son.
Emma dirigió la mirada al sótano. La humareda era cada vez más espesa, pero los alaridos habían cesado. «¿Quedará alguno vivo?», pensó.