Capítulo 4: El relato (I)

115 29 2
                                    

El día pasó como uno rayo en una tormenta

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El día pasó como uno rayo en una tormenta. Después de que la madre Lucía abandonara el orfanato, Emma hizo el desayuno y lavó los trastos. Mientras tanto, Hugo se encargó del aseo de la casona. A Emma le pareció que lo hacía de buena manera, y eso la alegró.

«Tal vez podamos ser felices viviendo toda la vida en el orfanato», pensó. Pero un gesto amargo le cruzó el rostro.

Emma preparó el almuerzo muy temprano. Antes de las dos de la tarde ya habían comido y los niños tomaban una siesta. Emma vio a Hugo salir de la casona y se lo imaginó recostado sobre los tejados. Así que aprovechó para dormir un rato y se tumbó en la cama por unas horas. En la tarde, los niños jugaron a la lleva en el patio mientras Emma y Hugo los observaban desde la segunda planta.

La noche llegó rayando el horizonte de azules oscuros y violetas. No había una nube en el cielo, ni viento. Emma preparó un delicioso café con leche y lo sirvió con unas galletas que estaban en la alacena. Y después de que todos quedaran satisfechos, una niña hizo una petición a Hugo.

—Hugo, cuéntanos una historia.

Los otros huérfanos la secundaron.

Hugo no se hizo el rogar, pidió a los niños que trajeran cobijas para arroparse; unos minutos después, estaban todos en el patio reunidos frente a un candil que Emma había traído para alejar la oscuridad.

Emma sabía que Hugo había leído todos los libros del orfanato, así que ella se sabía cada relato que su hermano pudiese contar. Aunque también sabía que su hermano era un excelente narrador, y podía inventarse un relato como lo había hecho en varias ocasiones. Así que Emma deseó que fuera una invención de su hermano.

Cuando todos estuvieron listos y en el mayor silencio, Hugo empezó a relatar:

—Hace muchos años, cuando el mundo era joven y no existía ni el bien ni el mal sobre la tierra, —empezó—, los hombres caminaban libremente por el mundo. Eran felices y disfrutaban de la vida. Convivían con otras especies en la comodidad de bosques y llanuras tan extensas como las que hoy día no sen ven...

Hugo hizo silencio, ¿se había quedado sin ideas? A Emma le pareció que el rostro de su hermano había tomado una expresión fría, inexpresiva. Creyó ver las sombras meneándose danzarinas a la luz del candil. Y la sombra de Hugo se extendía aún más que las otras. Emma pensó que tenía vida propia, como si fuera una entidad que razonaba y respiraba igual que ella.

«Estoy imaginando tonterías», pensó.

—Pero los hombres dejaron que sus corazones se atiborraran de avaricia. Desearon ser los dueños del mundo, tomarlo para sí. Subyugaron a los animales, derrumbaron bosques y quemaron montañas. Edificaron ciudades y crearon divisiones entre ellos. Pero sus corazones seguían vacíos. Así iniciaron a esclavizarse unos a otros. Y nacieron las guerras. Y todo fue tristeza en el mundo.

Emma sintió la voz de Hugo clavada en su pecho como un frío tempano, pero no lo interrumpió, y se dejó llevar por el relato.

—Una noche, cuando el mundo estaba completamente inundado de ruina y miseria; brotaron como pequeñas semillas la oscuridad y maldad que habitaban en los corazones de los hombres. Así nacieron los primeros...—Hugo hizo una larga pausa—. Estos nuevos seres nacidos de la maldad del hombre arrasaron ciudades enteras. Su único objetivo era aniquilar la humanidad.

El Guardián de la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora