Capítulo 11: Mercado de pulgas (I)

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Emma y Hugo se detuvieron frente a una ostentosa panadería

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Emma y Hugo se detuvieron frente a una ostentosa panadería. Estaban de pie sobre la acera, y desde un ventanal, ambos veían como los empleados llenaban las vitrinas de pan recién horneado, galletas y postres.

Hugo observó a Emma detenidamente.

Emma estaba muy delgada, y pálida. Tenía unas pronunciadas ojeras, y el cuello tan demacrado que parecía solo huesos. Hugo estaba en las mismas. Las raciones de comida se habían terminado, y sin dinero, ¿qué podían hacer?

Hugo tomó a Emma del antebrazo y la retiró del ventanal.

—¡Vamos! No podemos quedarnos todo el día perdiendo el tiempo. —El aroma tostado del café se mezcló con el pan recién horneado y llegó hasta los hermanos—. Además, no quiero que el panadero nos vuelva a espantar como perros hambrientos. —Hugo bajó la cabeza.

Estaban famélicos y la sed era insoportable. No habían probado ni una migaja hace dos días.

Emma asintió con una pesada amargura. Luego, caminaron sobre la acera observando cada puesto de comida, restaurante, dulcería, frutería... El estomagó de Hugo gruñó.

—¡Hoy comeremos bien, lo prometo! —dijo Hugo. Tenía la mirada perdida, los ojos apagados y tristes; incluso así, su voz sonó alegre y segura—. Creo que será nuestro día de suerte.

Emma sonrió.

Era la cuarta vez que oía las mismas palabras. Aunque deseaba creerle, sabía que mientras no encontraran un trabajo, la situación iría de mal en peor. Y nadie quería verse ligado a un par de vagabundos famélicos y enfermos.

Los hermanos llegaron hasta un pequeño parque. Allí se sentaron en una de las banquitas. Emma se recostó sobre las piernas de Hugo y se dejó llevar por el sueño. Hugo contempló a su hermana acariciándole el cabello.

Hugo apretó las manos. La impotencia lo tenía la limite. Trataba de verse fuerte delante de Emma. Pero hasta ella era capaz de notar que las cosas iban de mal en peor. ¿Qué pasaría si no encontraban un trabajo o un hogar? No podían vivir una buena vida debajo de un puente, y eso Hugo lo tenía claro.

Pasó un largo rato.

Entre tanto, mientras un centenar de palomas comían en la plaza, un par de mujeres cruzaron frente a los hermanos. Iban atareadas en ropas vistosas y muy coloridas. La primera, era delgada y alta, vestía un traje de flores de varios colores, aretes grandes y varios anillos. La segunda, otra mujer delgada, pero más baja, usaba una falda negra con puntos blancos, una pashmina gris y varios collares que chocaban entre sí a cada paso que daba.

Emma dormía. La conversación llegó a los oídos de Hugo.

—¡Debemos darnos prisa, Carlota! —dijo la mujer del vestido de flores. Se veía molesta y apurada—. No llegaremos a tiempo al mercado mágico.

Hugo trató de agudizar el oído para escuchar la plática.

—Así no es, Doris —respondió la que vestía una falda negra de puntos blancos. Tenía los labios negros y el cabello corto. Parecía despreocupada—, es mercado de pulgas. Además, fuiste tú quien se quedó dormida.

El Guardián de la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora