Capítulo 2: Las tejedoras (I)

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El Guardián y Apuntes surgieron frente a una casita blanca rodeada de un frondoso jardín

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El Guardián y Apuntes surgieron frente a una casita blanca rodeada de un frondoso jardín. Varias margaritas, rosales, hortensias y azucenas confluían agrupadas con otras flores de colores llamativos y formas atípicas para una flor. Había una con pétalos pequeñísimos y triangulares que giraban como un molino al viento. Otra, de tallos largos y azules con una flor en la punta que tenía forma de orejas de conejo. El lugar estaba rodeado por cientos de cerezos que ocultaban la vivienda. Más allá, solo hierba fresca antes de verse la ciudad.

Era la casa de las tejedoras.

El señor Míston tocó a un portón de madera roja. Minutos después, unos pesados pasos se escucharon tras la puerta.

—¡Qué rayos! ¿Quién es tan atrevido de venir a esta hora? —resopló una mujer.

—¿Quién más sino Míston? —respondió otra, con tono apagado.

El señor Míston oía todo.

—¡Sí, soy yo, Míston! —gritó—. ¿Pueden abrir? Por favor.

La puerta se deslizó, dejando ver una pequeña mujer regordeta como una longaniza y blanca como un queso, de cabellos negros y ondulados y envuelta en un pijama negro.

La mujer, que tenía rostro escrutado y dormido, se quedó reparando al anciano,

—¿Qué deseas, Míston? —preguntó, dando un gran bostezo que llegó hasta el anciano—. ¿Acaso no sabes la hora?

El Guardián ignoró la pregunta.

—Necesito hablar con ustedes —rogó—. Es sobre el manto.

—¡A esta hora! —exclamó la mujer—. ¿No podías esperar a que amaneciera?

—¡Debe ser ahora! —pidió con autoridad.

La mujer quedó en silencio. Y retirándose de la puerta, dejó que el anciano y su secretario pasaran adentro.

La casa gozaba de unos brillantes pisos de madera y paredes en ladrillo de adobe rojo en perfecta simetría. Había cuadros de lagos y bosques que parecían ventanas a otros lugares: estos daban la impresión de ser dibujos en movimiento. En aquel momento, una brisa juguetona emergió de una de las pinturas y sacudió el cabello del señor Míston.

La morada tenía un gran espacio abierto, con la cocina al fondo, una estufa de cuatro puestos y tres alacenas blanquecinas que hacían juego con una gran península que sobresalía de la pared. También, había un juego de sala pequeño y verde como un aguacate, un pequeño comedor para cuatro personas, cuatro floreros en las esquinas de la casa, y al lado de la puerta principal, una escalera de caracol que daba a la segunda planta, donde seguramente, estaban las habitaciones.

Pero de todo esto, lo que más llamaba la atención, era una puerta dorada cerca de la cocina. Tenía un precioso borde de frisos con formas de pétalos de rosa y hojas de cerezo que sobresalían como si tuvieran vida.

El Guardián de la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora