Capítulo 6: Primera plana (I)

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Agatha ocultó su rostro tras los brazos cuando el fuerte estruendo retumbó en el laboratorio, esperó a que el humo se dispersara y reparó en el magnánimo desastre

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Agatha ocultó su rostro tras los brazos cuando el fuerte estruendo retumbó en el laboratorio, esperó a que el humo se dispersara y reparó en el magnánimo desastre. Varios frascos se hallaban desperdigados de cabo a rabo por la habitación, y un espeso liquido naranja recubría el piso y las paredes. Solo hace dos días había acomodado los estantes y desempolvado los libros. Bajó la cabeza con ánimo de derrota y se dispuso a limpiar.

—Otra vez ha salido mal. —La voz le sonó cansada, como si llevara muchos días sin dormir.

Había madrugado ese día, más de la cuenta. El mercado mágico sería en poco tiempo y no tenía listos los ungüentos para el dolor de espalda y las opciones de felicidad. Tampoco los brebajes de concentración, sin contar las galletas de risa que muchos de sus clientes deseaban.

Zarandeó las manos con gracia y los estantes y los libros volvieron a su lugar.

—Que desastre, creo que lo dejaré para más tarde.

Deslizó su cuerpo liviano hacia un inmenso caldero en el centro de la estancia, se asomó para ver lo que quedaba y negó con la cabeza. Todo el líquido había salido volando. Se pasó las manos por el cabello y retiró parte de la sustancia naranja aferrada a la trenza negra que rebasaba su cintura. El delantal blanco que vestía había quedado manchado. Se lo quitó, dejando al descubierto un vestido de flores amarillas que resaltaba su tez bronceada.

—¡Tendré que bañarme! —exclamó, sonriente, como una niña después de ensuciarse en un lodazal.

Cruzó una brillante puerta de madera amarilla de pomo rosa y salió del recinto. Aún estaba un poco compungida por la mala racha de los últimos días. «¿Tendré las pociones a tiempo para el mercado?», pensó, desanimada por la duda.

Agatha era una anciana alegre, y ningún traspié la hacía dar marcha atrás, así que sacudió los malos pensamientos de su mente y sonrió con gratitud. Era reconocida por ser una gran bruja y curandera; además, de ser la esposa del Guardián. Aunque el título de su esposo era importante, ella se había creado su propio nombre en el mundo mágico. No por nada era una Florbuena, la última de su estirpe y la más poderosa. Sin embargo, los últimos días habían sido tan desastrosos que pensó que la vejez le estaba pasando la cuota. El hecho de que Custo, su esposo, aún no tuviese un sucesor, era un gran problema. La entristecía cuando lo recordaba, pero ¿acaso era su culpa?

Agatha bajó las escaleras y fue directo al baño. Se destrenzó el cabello y se metió en la ducha. El agua cayó sobre su cuerpo arrebatándole las inquietudes. Pero volvieron como un bumerán. El tiempo había pasado por sus vidas como un soplo. Nunca habían tenido un merecido descanso. Custo había decidido entregar el cargo. «¿Será verdad?», pensó.

Se lo había dicho hace tres días. Con un nuevo Guardián en la ciudad, un par de viejos sobraban. Podían irse lejos, hasta la ciudad del Oeste. Allí terminarían de envejecer, lejos de los problemas de la ciudad del Sur.

El Guardián de la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora