(Completa).
Los Míston han sido los guardianes de la ciudad por décadas; sin embargo; el último heredero de la familia es un hombre senil y sin descendencia.
Emma y Hugo, un par de hermanos que han estado toda su vida en el Orfanato Central, se ver...
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La luna se asomó tras una nube, tenía un tenue brillo plateado que contrastaba con el manto.
El aire frío se deslizó bajo la camisa de Hugo. El joven tiritó, de inmediato, se abrazó con fuerza.
Solo el murmullo del viento, los pasos de Hugo y los rebotes de su compañero se oían en la llanura desolada y oscura.
El manto emitía un intenso brillo dorado que discrepaba de la penumbra de la llanura. Parecía que entre más se alejaban de la ciudad, la luz combatía con la oscuridad.
A Hugo se le vino una pregunta. Dirigió la vista a su compañero, pero no supo si era conveniente averiguar su duda. ¿Qué era el ser que lo acompañaba? ¿Un paronirio? ¿Podía confiar en él? En el momento de ir por la planta no lo había dudado, pero ahora, lejos del puente, con Emma esperándolo, pensó que no había sido buena idea.
—Ya estamos cerca. —La forma rebotaba en la hierba como una pelota, apachurrando sus grandes ojos azules cada vez que tocaba tierra firme.
Hugo asintió, tomó aire y se atrevió a preguntar.
—¿Puedes decirme qué es lo que rodea la ciudad? Me lo he preguntado por días.
La forma se elevó, quedando suspendida en el aire.
—¡Vaya, si no sabes nada! —expresó sonriente, abriendo aún más los ojos—. Es el manto del Guardián. No permite que ninguna criatura oscura entre o salga de la ciudad.
—¿El Guardián? ¿Quién es?
—No podría decirte más de él, se muy poco —dijo con algo de duda en la voz—, pero es enemigo de los paronirios y cualquier ser que habite fuera de la ciudad.
—Hugo, ¿qué sabes de la maldad? —se acercó, quedando a pocos centímetros del rostro del joven—. Lo que para ti es "bueno", para otros puede ser malo. Yo diría que cada uno actúa según como se le enseñó.
—Es cierto, pero ya no sé en quién puedo confiar. Solo tengo a Emma, si a ella le pasara algo...—No pudo terminar lo que quería decir.
El paronirio mantenía la vista fija en Hugo.
—No temas, debes llevar pronto la medicina y tu humana estará a salvo. Y puedes confiar en mí, jamás te haría daño. Mi deseo es ayudarte, Hugo. Mira, estamos muy cerca.
Hugo dirigió la mirada al frente. El manto caía como una tela sobre la hierba, emitía un hermoso brillo dorado, como si estuviese tejido con los mismos rayos de sol. El joven se acercó y lo tocó con algo de temor; era cálido y suave como la seda.
—¿Cómo se siente? —El paronirio abrió los ojos tanto que cubrieron todo su cuerpo—. Te imaginarás que no puedo tocarlo, me mataría.
Hugo observó la forma con asombro, parecía una sombra esponjosa y liviana, pero los ojos eran tan brillantes como una bombilla. Hizo un gesto amable y respondió: