41 - Lágrimas y fuego sobre Francia

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—¡Malditos curas y obispos! ¿Es que ahora os habéis convertido en armañacs?

—¡Vendidos!

—¡Ningún inglés esperaba esto de vosotros, clérigos traidores!

Más de un centenar de ingleses golpeaban la puerta de la torre de la prisión de Rouen, con espadas y hachas en sus manos.

Se sentían traicionados después de la retractación pública de Jehanne. La habían librado de morir en la hoguera, algo con lo que no contaba ninguno de ellos, ni su rey y el regente Bedford.

Llevaban cuatro días recibiendo todo tipo de insultos y amenazas. Algunos jueces y hombres de Dios incluso se habían negado a ir a trabajar por temor a aquella horda enfurecida de hombres de todas las clases sociales.

Querían entrar para reclamar su venganza. Algunos estaban dispuestos a coger a Jehanne y tirarla al río sin más. Sabían que la profecía decía que mientras La Doncella estuviera viva, Inglaterra no podría ganar la guerra interminable(1).

Pero los milord que estaban allí, y que realmente tenían poder sobre todas las protestas, sabían cuál era la solución más acertada. Sin ni siquiera mancharse las manos, pasando desapercibidos.

La prisionera se estaba despertando algo más tarde de lo habitual en su nueva prisión y, como siempre, pidió a uno de sus guardianes que le quitara las argollas que la amarraban a su cama por las piernas. También como siempre, se desvistió escondiéndose bajo la sábana para colocarse la ropa de diario, el vestido de colores apagados y el capuchón que le habían dado cinco días atrás.

Pero mientras se aseaba con el trapito mojado que siempre tenía junto al lecho, el guardián escondió el vestido y le colocó sus antiguas ropas de hombre en su lugar.

—No puedo ponerme eso, devuélveme mi vestido.

—Ponte eso o ve desnuda, tú decides.

A Jehanne le aterró la falta de respeto de sus centinelas, tan lejana de lo que había sido antes de su última revelación. Pero insistió en que le devolvieran el vestido largo.

Hasta que la puerta de la celda se abrió bruscamente y entró un noble señor de ricos ropajes y anillos.

—¡Ponte esa ropa o te violo ahora mismo!—le gritó colocándose sobre ella en la cama. Solo los separaban la sábana de lino que la guerrera apretaba con fuerza sobre su cuerpo.

—¡No puedo! Prometí que no volvería a vestirme como un hombre...

El gesto más que violento de aquel milord hizo que Jehanne obedeciera a toda prisa, ya casi sin cubrirse para vestirse con su antiguo vestuario.

—Así me gusta, hereje armañac—le dijo aquel desconocido golpeándola tan fuerte que la lanzó al suelo—. Y no temas, ahora sí que será el mismísimo Diablo el que te desvirgue en el maldito infierno.

Cuando Jean de Beaupère y dos jueces seculares llegaron a su celda al rato del ataque, con el aviso de que la prisionera había vuelto a tomar el hábito de hombre, Jehanne tenía la cara desfigurada por el miedo y las lágrimas.

—¿Por qué lo has hecho, Jehanne? ¿Por qué has regresado a tu pecado masculino?

—Yo nunca negué creer en mis voces—dijo ella sin poder dejar de llorar.

—Sí lo hiciste. Abjuraste en público y firmaste ese papel.

—¡Lo hice por miedo al fuego tan cercano que iba a matarme! Pero no porque lo creyera.

—Por eso has vuelto a vestir de hombre, Dios sabe cómo lo has conseguido.

—Visto de hombre para defender mejor mi pureza entre tantos hombres—Jehanne dejó de llorar, aunque su voz aún temblaba—. Si hubiera mujeres custodiándome, aceptaría encantada vestir para siempre vestidos de mujer. Pero no puedo con tantos hombres deseando violarme.

Lluvias y flores sobre Francia (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora