31 - Más despedidas

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El miércoles cuatro de noviembre, las tropas francesas llegaron al extramuros de Saint-Pierre-le-Moûtier. Ya nada les impediría batallar al enemigo de Inglaterra. Ni siquiera el duque de Borgoña quien, tras recibir el salvoconducto de Charles VII, había traicionado su palabra y había utilizado ese honor del rey francés para recuperar París como lugarteniente general y gobernador de la ciudad.

—¡Dejadme pasar!—gritó de pronto una voz entre la multitud de soldados que se apresuraban a preparar sus armas ofensivas y defensivas—. ¡No he vuelto aquí, después de tantas malditas semanas, para quedarme sin luchar codo a codo con Jehanne!

—¿La Hire?—preguntó la guerrera alejando su mirada y pensamientos de la reunión con los demás capitanes en la que estaba enfrascada.

—¡Ese soy yo!

El hombre sonrío como pocas veces y se dejó abrazar por su compañera que sonreía tanto como él.

—¿Cómo has conseguido llegar hasta aquí? Creía que estabas en Normandía...

—No tuve que insistir demasiado a mis superiores. Si por ellos fuera, todos estaríamos contigo en este momento.

—Lo sé—Jehanne intentó, por enésima vez, no hablar mal de su rey, pues aún lo apreciaba—. Muchas gracias, Étienne. Dios te de fuerza por muchos años más.

El ejército de Inglaterra comenzó su ataque disparando flechas. Algunos también se dedicaron a lanzar piedras a los soldados que intentaban tomar la ciudad trepando por la muralla.

Jehanne apareció entre todos ellos montada en un caballo negro, que había pertenecido a Yolande d'Aragon. Armada con su albo estandarte, se paseaba en medio de sus soldados para dirigirlos mejor. Daba órdenes, gritando con su voz aguda pero potente, algo que alentaba a los franceses como nada más.

De Rais también daba órdenes sin cesar y animaba a los soldados jóvenes e inexpertos que estaban asustados y desorientados.

Pierre d'Arc, a caballo, con la espada en una mano y un escudo en la otra, estaba más nervioso que nunca, ya que era la primera batalla en mucho tiempo. Además, temía por las pesadillas de su hermana, que para él podían ser malos augurios.

Jean d'Arc iba a su lado luchando él solo, como lo hacía desde hacía tiempo. Era seguramente su última contienda, pues el hermano mediano de la guerrera prefería hacer labores en la corte en lugar de luchar.

D'Aulon peleaba entrechocando su espada hasta que el enemigo dio un puñetazo en la cara del hombre.

El francés retrocedió dando un grito, sin soltar su arma, pero el inglés consiguió arrebatarle la espada con una patada. Jean cayó de rodillas y el otro rió sonoramente con la espada en alto y una actitud amenazante, mostrando su dentadura mellada.

Jehanne lo vio, no muy lejos de donde estaba, y acudió a toda prisa, bajando del caballo, no sin antes asegurarse de que su estandarte estaba bien protegido por otro compañero de armas.

La joven se abalanzó por detrás del hombre que atacaba a su amigo y lo derribó en el suelo sin que él tuviera tiempo de reaccionar. En pocos segundos, el inglés estaba maniatado y hecho prisionero por Gilles y d'Aulon.

—¡Jean, estás herido!—exclamó la guerrera viendo la gran cantidad de sangre que brotaba a través del calzado de acero.

—Creo que ese cretino me ha herido antes que yo a él...

—¿Puedes andar?—Gilles se preocupó tanto como su amiga.

—No mucho... Y me temo que tengo otra herida aún peor aquí—el hombre se señaló el avambrazo sin el arnés que había perdido minutos atrás, en otro enfrentamiento.

Lluvias y flores sobre Francia (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora