25 - Pequeñas dosis de alegría

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Confiando en que Dios le daría la fuerza necesaria para reponerse de la muerte de Catherine, Jehanne aceptó sonriente la invitación de d'Aulon y su esposa para pasar la tarde con ellos y sus hijos.

Fue en la ciudad de Soissons, donde Hélène tenía unos parientes que les dejaron una casa donde alojarse unos días.

Fue un encuentro totalmente agradable y tierno, pues los dos adultos eran ya amigos de la guerrera desde hacía tiempo y los hijos de d'Aulon, qué tenían entre ocho y tres años, eran un encanto.

—¿Y qué sientes cuándo empuñas tus armas en la batalla?—preguntó Mathieu, el mayor, totalmente emocionado al conocer a La Doncella de Orleans.

—La verdad es que no lo sé... Siento la fuerza de San Miguel apoyándome, dándome ánimos. Es gracias a su consejo que yo soy capaz de hacerlo.

—Me gusta tu doblete—dijo Philippe, el mediano y más parecido a su padre.

—Muchas gracias, bonito—Jehanne sonrió ampliamente acariciando los mofletes del niño—. La verdad es que aún debo conservar las ropas masculinas, hasta que dentro de una semana mis asuntos con el ejército queden zanjados.

—Ojalá sea lo más pronto posible, Jehanne—Hélène acarició la mano de la joven, apenada de no poder pasar más tiempo con ella.

—Muchas gracias, amiga. Ojalá... Porque sigo con este pesar que me dice que las cosas no van a ir bien.

—Esperemos que no sea más que eso, una sensación.

—¡Dios te oiga, Jean! Estoy deseando volver a casa con los míos y dejar toda esta fama atrás.

La guerrera se sentía muy agobiada en ese sentido. Desde que había salido de Reims, durante todo el camino por las ciudades que se rendían una tras otra sin necesidad de armas, todo el mundo, de todas las clases sociales, sexos y edades, iban hacia ella besando sus pies y manos, lanzándole flores y queriendo tocarla. Y eso para Jehanne no era bueno.

La estaban idolatrando y para ella, siempre humilde, aquello no era correcto. Ni siquiera creía merecerlo.

Después de pasar toda la tarde charlando con ellos y los niños, se despidió con abundantes besos y abrazos. Pierre y de Metz la fueron a buscar para dirigirse al hostal donde todos sus compañeros dormirían durante dos días más, hasta que comenzaran las nuevas batallas.

Porque al contrario de los designios divinos, tanto el rey como sus personas de confianza querían que Jehanne continuara siendo su capitana y ella no se vio capaz de decir no a su adorado Charles VII.

No sin antes confesarse con Pasquerel y recibiendo la aprobación de Santa Margarita y Santa Catalina, mientras sentía el frescor del bosque de robles durante una siesta, la guerrera decidió seguir sirviendo al ejército francés.

El monarca y su familia, junto a sus favoritos, se reunieron en Château-Thierry ahora que toda la gran zona estaba desalojada de sus enemigos. Allí fue donde La Doncella tuvo que recibir las bendiciones de Charles, Yolande y Regnault de Chartres para tomar de nuevo las armas y luchar en su nombre.

Ella solo lo hacía porque sentía que lo debía. Pero sabía bien que aquello era desobedecer su misión principal, la de levantar el asedio de Orleans y coronar a su rey, y eso tendría sus consecuencias más pronto que tarde.

La Trémoille conspiraba contra ella junto al arzobispo Regnault y otros, mientras que los Anjou intentaban colmarla de honores merecidos. Como el ennoblecimiento de su familia y descendientes, así como la eliminación de impuestos de toda Domrémy. Pronto las cosas se torcerían para ellos y se verían incapaces de seguir apoyando a su adorada Doncella.

Lluvias y flores sobre Francia (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora