III

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Con el piano me fío totalmente de los sentimientos.

La ciencia se la dejo a la vida.

Oscar Wilde.


***


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Era una noche fría. Una Luna tímida se escondía tras una extensa capa nubosa que cubría toda la ciudad y que traía consigo una lluvia continua. Pero a pesar de ello, las estrellas, algunas apenas perceptibles, volvían a grabar en el cielo la historia de aquellos músicos y poetas que se alzaban valientes en ciudades predestinadas a vivir de noche. Hace un par de años, convirtieron Necce en el punto de encuentro, ya que era un ameno y bien decorado negocio que ejecutaba su actividad más lírica cada miércoles y viernes noche. Y fue el joven pianista Michael Ortega quien abrió el espectáculo aquel viernes; tocó con una fina desenvoltura una pieza propia a la que llamó «Miss You», y consiguió con aquella triste melodía hipnotizar a la mayoría de los clientes, quienes disfrutaban del espectáculo mientras mantenían gratas conversaciones sobre temas triviales. Era una noche fría y una Luna tímida se escondía, pero Maldre volvió a sentirse abrigado.

Un grupo de tres personas llamaron la atención de Helena, quien estaba recogiendo las copas vacías que los clientes dejaban sobre las mesas. La joven grabó en su mente el nuevo pedido e hizo su camino hacia la barra. Franqueó la multitud de individuos que vestían elegantemente, con cuidado de no derramar ni una gota de alcohol de las copas, y se las entregó a los clientes. Iba a volver a la cocina, pero se detuvo al ver a Clara, la chica con quien compartía piso, trabajo y una gran amistad desde hace tres años. Estaba atendiendo a un rubiales de piel morena que lucía una mirada altiva y fiera, y que vestía un pantalón chino gris, una camisa blanca y unos mocasines negros. Clara, que deseaba fervientemente poder apreciar aquellas pupilas más de cerca, no se percató de que Alberto, el dueño del local, la estaba observando. Y fue cuando el hombre cerró la conversación con uno de sus socios y se acercó a ella que Helena se apresuró en ir hacia allí. A su paso, seguía apartando las copas vacías; en total, fueron seis las que tenía sobre la bandeja cuando llego a ellos. Alberto se fue tras hacerle un gesto de advertencia a ambas. Y Clara se limitó a negar con la cabeza mientras dejaba bajo la bandeja de Helena la suya.

—Ni siquiera pude preguntarle su nombre.

—¿Quién sabe, Clara? —Helena le sonrió a un cliente que le dio otra copa vacía—. Quizá este no sea vuestro momento y os volváis a encontrar en un futuro.

—¿Tú crees? —Su pregunta acompañó a una mirada que lucía un brillo inmortal—. Deja de burlarte de mí —se mofó al escuchar la leve carcajada de Helena.

Clara cogió una servilleta de la mesa más cercana y se la lanzó a su amiga. Helena la alcanzó antes de que le llegase a dar y, justo en ese momento, se la lanzó de vuelta. Ambas compartieron unas risas ante la mirada de varios clientes.

—Lo único que sé con certeza es que sobrevivirás. —Le guiñó el ojo a Clara.

—Me alegra saberlo —vaciló—. ¿Hay pizza en casa? Me muero por una cuatro quesos —añadió bajando el tono de voz.

—Compré un par esta mañana. Pero no te vayas a comer las dos que nos conocemos, eh.

Clara levantó el dedo pulgar en su dirección y se fue. Helena recogió la servilleta del suelo y retomó su trabajo. La joven no podía hacer otra cosa que no fuese contar los minutos que faltaban para que su turno terminase. En el interior de la cocina, algunos de los trabajadores llenaban copas de cava que dejaban sobre una mesa llena de bandejas. Helena alcanzó una de las que estaban completas y volvió a salir. Observó a los clientes durante unos segundos y se detuvo junto al individuo más cercano que tenía su copa vacía; el hombre ensanchó su sonrisa y aceptó la bebida; sostuvo una de las copas entre sus dedos y, segundos después, tomó un sorbo. Helena dio un paso atrás y se alejó. Y fue en ese momento cuando Jaime se acercó a ella y llamó su atención. La joven tuvo que maniobrar para no crear un caos debido al susto.

—Ocúpate de la barra, Helena. —Cogió la bandeja cuidadosamente.

La joven se hizo un espacio en aquel lugar. Puso dos copas y limpió con un paño la barra mojada de alcohol. Un hombre de no más de veinticinco años comenzó una amena conversación con ella. Sus expresiones faciales eran serias y le gritaba cuánto odiaba estar en aquel lugar; repetía una y otra vez que no tenía una mejor opción de trabajo. Y Helena, que desgraciadamente conocía ese sentimiento (pues estaba condenada a vivir como una pintora frustrada sin ánimo de lucro ni imaginación de crear para corregir de ello, y tenía que trabajar como camarera para pagar el piso compartido), cogió la botella de Johnnie Walker y le llenó una copa. El rizado, molesto de sí mismo, acalló todas sus maldiciones y le dio un largo trago a su recién servida copa de whisky. Y tras esa primera, muchas más la siguieron. No había nada mejor que alcohol para callar a su propia mente.

—Y para hacer de mi vida una mucho más miserable —habló el joven arrastrando las palabras mientras jugaba con sus dedos—, mi novio me ha dejado. Al parecer, está con un chico más joven que yo. ¡Me dejó por otro más joven! —Enredó sus dedos en las hebras rizadas de su cabello.
—Suena a una catástrofe —comentó Helena irónicamente.


—¡Lo sé! Y encima... ¡Agh! ¿Me pones otra? –Alzó su vaso para mostrarle que estaba vacío—. Y encima se olvidó de mi existencia —continuó cuando Helena comenzó a llenar el vaso—. ¡De mi existencia! ¡De mí! Pero... ¿cómo pudo hacer eso? ¿Eh? —Las lágrimas se amontonaron en sus ojos.

—Créeme que se me ocurren unas cuantas ideas —murmuró una camarera ya bastante irritada con el alcoholizado joven.

Helena abrió la boca para decir algo, pero la sala se oscureció, la música se detuvo y una luz enfocó el centro del escenario. Solo se escuchaba el murmureo de los clientes. Seguramente, se preguntaban qué pasaría a continuación. El foco se apagó y el lugar volvió a tonarse oscuro. Un par de minutos pasaron cuando una tenue luz alumbró esta vez al piano y a un joven de melena larga. Velas artificiales rodeaban a ambos, creando una atmósfera casi mágica. El estrepitoso ruido de las masas se reemplazó por la bella melodía que comenzó a tocar, «Winter Melody». El joven acariciaba las teclas del instrumento con la misma facilidad que tiene una abuela al coser. 

Su cabello, que en algún momento debió de haber estado perfectamente peinado, caía sobre sus hombros, ocultando su rostro, y seguía el ritmo de sus manos. Dejó a todos lo suficientemente lúcidos como para apreciar la belleza de la melodía y de quien la tocaba. Y tras aquella pieza, acompañó a otra con su propia voz; «Hallelujah» abrigó todo el ambiente. La joven, sin aliento y embriagada por sensaciones desconocidas, se apresuró hacia su bolso, sacó de él su pequeño cuaderno y un lápiz, y se acercó al joven, quedando atrapada entre la multitud. La única preocupación que tenía era la de querer encerrar aquella escena en el papel. Sin embargo, Alberto la llamó y tuvo que dejar de dibujar; el personal requería de su presencia en cocina. Y fue cuando ella se adentró en aquel lugar de trabajo que todas las luces se encendieron y le arrebataron el micrófono al joven. A causa de ello, se equivocó y causó un sonido desagradable. Se anunció su momento de irse; así que, con un sentimiento amargo abrigando su interior, Alexander empujó el banquillo hacia atrás y se fue. 

· Numen · #PGP2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora