XVI

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Si nada nos salva de la muerte,

al menos que el amor nos salve de la vida.

-Pablo Neruda.

***

A los pies de la lápida, un ramo de flores lloraba a la par que las creencias del joven Alexander se marchitaban

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A los pies de la lápida, un ramo de flores lloraba a la par que las creencias del joven Alexander se marchitaban. Se recitó ante él el Todo Poderoso de la forma más cruel jamás presenciada; como si el destino se hubiese dado el capricho de adormecer a su alma. Más imaginó una noche que hacía temblar los cimientos del mundo ante sus relámpagos silenciosos. Y a él acurrucado entre los brazos de su padre opacando todos los males.

–Es cierto, padre. No somos el resultado de las manos de un Dios. Pues, si éste fuese bueno y generoso como dicen, no permitiría el sufrimiento de sus hijos terrenales.

La pausa que hizo llamó la atención de una Luna que llegaba a escena junto a su largo cabello de luces para arropar al joven y alejarlo un poco de aquella tristeza.

–Es cierto, padre, todo aquello que decías. No somos el resultado de un Dios, sino piezas del azar; consecuencia de explosiones cósmicas. Somos casualidades. Y, por alguna de esas incomprensibles fatalidades, nos encontramos ahora en esta triste situación. Y, aunque desafiemos todas las leyes físicas, te prometo que permaneceremos juntos hasta que dejemos de existir.

Asimismo, el joven anhelaba el seguir aferrándose a la absurda creencia de que, en alguna parte del universo, su padre seguía riendo.

Se escuchó el susurro del viento danzando junto a las hojas de los árboles en un intento de rendirle homenaje a su padre. El joven Alejandro cerró sus ojos y, tras sus párpados, se retrató así misma la oscuridad de las estrellas titilando de forma incandescente. Estrellas fugaces pasearon ante él trayendo el recuerdo de aquella sonrisa que callaba a los astros.

Su padre siempre fue la luz en la oscuridad, como un rayo de esperanza rompiendo la monocromática profundidad de su existencia sumida en soledad.

Aunque su sentencia ya estuviese dictada y su cuerpo yaciera muerto. Y, en ese momento cuando su corazón no latía, Alexander temió que su sonrisa fuese olvidada; más sufrió el hecho de saber que no podría volver a contemplarla.

Ninguna estrella volvería a brillar

en el cielo con tanta firmeza

ante aquella perdida.

Estando el joven emocionalmente hundido en un mar de angustia y miedo infundado a la existencia, cansado de la falta de emoción que su vida misma tenía, necesitó huir de allí.

–Me siento afortunado al haber conocido lo que sería la luz más brillante y valiosa de toda existencia.

Sus pies lo condujeron a través de la última noche de invierno hacia los rieles abandonados de una vía ferroviaria. La brisa fría, caladora de huesos, le hacía sentir asfixiado. Se quedó allí por dos horas, sin embargo, siendo él y acompañado por la imitación más fiel y perfecta de una noche apenada que cultivaba luto.

La figura a contraluz de la joven Helena se iluminó etérea y tenuemente. Y, en ese momento, Alexander sintió su corazón dar un vuelco más una calma inhumana. La noche se volvió día, pues Helena era a su vez sol, aurora boreal y estrella traída del firmamento.

Por unos segundos, Alexander dejó a su voz escaparse de su garganta, obviando el nudo que todo el aliento le arrebataba. Los siguientes minutos pasaron como un angustioso suspiro en el que solo pudo pensar que había perdido a una persona demasiado apreciada.

–¿Sabes cómo se llama este lugar? –Preguntó Helena cuando encontró los rastros del joven en algún lugar incierto de su pecho. –Acantilado de los sueños.

El joven respondió haciendo un gesto desconocido sobre su cabeza. Y Helena decidió guardar silencio. Asimismo, las luces volvieron a su habitual tenue resplandor, dejando ver la figura de Helena deslizándose hacia él. Y, tal vez, Alexander fuese demasiado ingenuo para sobrevivir al mundo, pues al ver la sonrisa de Helena despertar al mundo de su letargo, sintió no poder reconocer dónde terminaba él y dónde comenzaba el infinito.

–Este día se ha convertido en un nuevo comienzo de vida –susurró la joven dejando atar el corazón en los dedos del joven.

–Su ida ha provocado la colisión de cientos de estrellas sedientas; catástrofes naturales entre otras cosas. Un castigo divino, para otros.

–Aunque esa idea resulta ciertamente desmoralizante, tu padre, como todos nosotros, era tan solo un ente viajero que se dejaba llevar por las corrientes del viento y las estrellas fugaces.

–Representaba el concepto 'libertad'.

–Y ahora te toca a ti representar el tuyo propio.

La luna no se equivocó y observó cómo el joven, entre lágrimas y sollozos desconsolados, abrió su corazón a la joven. Le confesó la carga de su alma desde el día de su nacimiento y el abandono de su madre ante su existencia. Más que su ser más querido le hubiese sido arrebatado por el Todo Poderoso era lo que más le hacía sufrir. Alexander se sentía tan inefable.

Helena, entonces, comprendió la razón de aquella vida nómada; de aquel miedo a asentarse..., pues todo lo suyo se le había arrebatado desde su primer respiro. La joven supo, después de tantas emotivas confesiones, que todo lo que amaba de él no era más que una idea construida por su mente con los retazos que el joven le había compartido para hacerla sentir parte de algo. Se sintió estrella implosionando en su espacio. Y lloró a su par, pues no entendía el porqué de tanta traición hacia su persona; hacia él, que era ángel del cielo.

–Hay misterios que nunca resolveré por más que pase la vida entera observando. Pero lo único que puedo afirmar con certeza, Helena, es que tu compañía es mi salvación.

Cuando las confesiones del pasado fueron dichas; cuando ninguno tuvo palabras que agregar porque no había consuelo en los brazos del otro más que la mera compañía de sus cuerpos; cuando una brecha comenzaba a unir sus almas, aquellas palabras causaron estragos a aquel cielo entristecido.

La joven le recorrió la cintura con un brazo y lo obligó a recargar la espalda sobre su pecho, como queriendo convencerlo de que ahí, en aquel lugar al que la Luna se esforzaba por hacer llegar su luz, estaban ellos juntos. Más, contra su nuca, Helena tarareó una suave nana que le meció el alma hacia una tranquilidad pacífica. Fue una conexión metafísica la que sellaron con un beso casto; un enlace que los unió de por vida. 

· Numen · #PGP2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora