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'La pintura es más fuerte que yo,

siempre consigue que haga lo que ella quiere.'

Pablo Picasso.

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Cuando el sol regaló su última mirada y se escondió tras una sábana de nubes, Helena quiso retener la emoción de las hojas envejecidas aferrándose a las ramas

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Cuando el sol regaló su última mirada y se escondió tras una sábana de nubes, Helena quiso retener la emoción de las hojas envejecidas aferrándose a las ramas. Y el cielo comenzó a imitar a la pintora, quien hacía uso de su último lienzo para retratar, una vez más, el rostro de su padre; la lluvia se comparó con sus lágrimas. La pintura, que comenzó dichosa y airosa, terminó arruinada por un capricho de la naturaleza. Fue entonces cuando devolvió los pinceles desgastados al interior del vaso, cuya agua estaba corrompida por decenas de colores. Y buscó su bolsa de tela, donde introdujo el triste paisaje y el rostro de su padre sin ni siquiera esperar a que la pintura estuviese seca.

Se abrió camino entre aquellos turistas que no temían a la lluvia mientras iba a la Calle Higuerilla, situada tras la Plaza Pellicer. A pesar de que estaba abarrotada de comercios, pudo distinguir con facilidad el de Ariadna, una tienda de Juguetes y de Bellas Artes, cuya fachada estaba pintada de azul oscuro y beige. Helena introdujo su paraguas cerrado en el paragüero de la entrada y se adentró en la tienda; la recibió aquel sonido tan familiar que avisaba una nueva llegada. Se deshizo de su cortavientos mojado y reprimió una sonrisa cuando vio todo en su lugar. De madera policromada era cada uno de los juguetes que estaban cuidadosamente trabajados para tomar la forma de payasos y soldaditos, entre otros; los detalles eran sorprendentemente realistas y llamativos. Del techo colgaban aviones y globos aerostáticos, y un trenecito recorría las pequeñas vías que hacían curvas en el lugar. En las paredes estaban colgados cada uno de los cuadros en venta, y al fondo de la sala, junto al lado del mostrador, yacían una pila de lienzos, pinturas y caballetes, entre otros materiales de Bellas Artes.

A pesar de que tanto Ariadna como Paulo León la miraban y llamaban, no fue hasta que el sonido de vapor del trenecito sonó que la pintora volvió al mundo real. Caminó avergonzada y cabizbaja hacia ellos. Y Ariadna, que tenía sus manos cubiertas de pintura y vestía un delantal que brillaba a la luz de las lámparas, la ayudó a sacar el lienzo de la bolsa de tela y a dejarlo sobre el mostrador, a la vista de los tres. Se atrevió, entonces, a mirar a los ojos de sus acompañantes.

—Hacía mucho que no venías por aquí para traerme tus pinturas —su voz resonó con el mismo matiz amable y familiar de siempre.

—Lo siento, Ariadna. He estado tan ocupada en el trabajo que ni siquiera he tenido tiempo para mí —se disculpó arrepentida.

Ariadna y Paulo León observaron aquella obra con admiración. Sus sonrisas se declaraban entusiastas y piadosas.

—Buen trabajo, Helena —alabó el pintor.

—Sí. Es precioso, Helena —declaró Ariadna.

La mano de la pintora rápidamente detuvo el trayecto de la de Ariadna, quien no dudó en escribir una cantidad considerable de dinero en un cheque en blanco para comprar el cuadro. Insistió y empujó el escrito hacia la joven, quien volvió a negarse.

· Numen · #PGP2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora