XI

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12 de diciembre de 2042

–No lo sé, Alice.

–Piénsalo, ¿vale? Si no quieres, no hay ningún problema.

–Sí, lo pensaré.

–Genial. Nos vemos la semana que viene. Un abrazo.

Alba tiró el móvil sobre el sofá y se dejó caer como un peso muerto. Tenía que decidir si cantar o no con una de sus mejores amigas de la infancia. O más bien tomar unos minutos de su concierto para cantar una canción ella sola. No terminaba de verlo.

Quería.

No quería.

A decir verdad, ni ella misma se entendía.

–¿Y esa carita? –Natalia se apoyó en el respaldo del sofá y le dio un beso–. ¿Estás bien?

–Acabo de hablar con Alice.

–¿Le has dicho que sí y ahora no estás segura?

–Le he dicho que voy a pensármelo.

–Albi, pero si ya lo habíamos hablado –comentó con tono quejicoso–. Ibas a aceptar su propuesta.

–No lo tengo claro. No sé si quiero. Bueno, querer sí que quiero pero por otra parte no. ¿Me  explico? Es que esa canción... No sé, Nat, no me convence.

–La canción es preciosa. A la gente le va a encantar, estoy segurísima.

–No me presiones.

–No es eso. Es que ya habíamos quedado en que ibas a cantar. ¿Por qué te echas para atrás ahora?

–No me estoy echando para atrás, solo necesito pensármelo mejor.

–Yo lo haría.

–Pues si tanto lo harías, ¿por qué no cantas tus canciones en público?

Tras lanzar esa pregunta para la que no se quedó a escuchar una respuesta, Alba se marchó a la habitación y cerró dando un portazo. Aquello había sido un golpe bajo que Natalia encajó no sin cierto amargor. Aun así, debía darle la razón. A ella tampoco le atraía la idea de cantar sus canciones en público. Le encantaba cuando se las enseñaba a ella o a sus amigos, cuando sacaban la guitarra en alguna reunión familiar y se marcaban un pequeño concierto improvisado, o cuando hacía tan buen día que se sentaban en algún parque tranquilo a pasar el rato.

Entendía que su mujer quisiera mantener su música en la intimidad como ella y a la vez le hacía tanta ilusión verla cantándole a las estrellas una canción tan especial para ella que quizás sí que le había cegado la emoción y se había pasado con la presión.

Y aun así, no conseguía quitarse de la boca el agrio sabor que le había provocado.


15 de diciembre de 2042

Removerse y sentir que la cama estaba dividida por una muralla invisible no era un despertar que le gustara. Después de encerrarse en la habitación, apenas habían hablado más que para darse unos buenos días más fríos que las madrugadas en pleno invierno y para asuntos de la clínica veterinaria que habían montado juntas dos años atrás.

Alba miró el móvil y resopló. No recordaba cuándo fue la última vez que se desveló a las seis de la mañana. Incapaz de volver a dormir, se incorporó en la cama. Apoyó la espalda sobre el cabecero. Mirar a Natalia hizo que esbozara un puchero. Con lo que le gustaba despertarse con la pelinegra abrazada a ella y ahora la veía pegada al filo de la cama y dándole la espalda.

Cuídame por siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora