27 de diciembre de 2020
Mikel llamó al timbre. De camino a casa de los Reche había comprado uno de esos puzles que Natalia le había comentado que le gustaban a Alba. Era de animales y constaba de la friolera de mil piezas que pondrían a prueba su paciencia infinita.
–¿Sabes que saca la lengua un poquito así por el lado –días atrás Natalia les contó con todo lujo de detalles lo que habían hecho durante el rato que habían pasado con ella e imitó su gesto– cuando piensa mucho?
Alba les parecía una niña adorable, pero las palabras de su hija acrecentaron esa sensación exponencialmente. Era tierna y cariñosa, sensible como ella sola. Y al mismo tiempo también era un pequeño ángel que les había mostrado una cara inexplorada y olvidada del mundo precisamente en esas fechas tan marcadas. Para ellos eran días especiales, alegres, llenos de amor y alejados de cualquier tipo de preocupación. Sin embargo, hasta ese momento no se habían parado a pensar demasiado en que no era así para todo el mundo. Su realidad no era la realidad del vecino. Quizás el dependiente malhumorado que había sonado borde al responder la misma pregunta mil veces tenía un mal día y ellos se habían quedado únicamente con que había sido un borde de cuidado. Lo mismo les ocurrió al ver a Miguel Ángel salir del portón. Si no hubiera sido porque habían hablado con Alba previamente y sabían que detrás de esa tristeza se encontraba una situación delicada, solo habrían visto a un padre preocupado y no a un hombre al borde de un ataque de nervios, desmejorado y extremadamente cansado.
Y por unos instantes se sintieron culpables de sentir alivio al comprobar la suerte que tenían de estar todos bien. Y, sobre todo, por no haber sido realmente conscientes de que su vida no tenían nada que ver con la de los demás y que la emoción que les transmitía la llegada de la Navidad para otros podría ser todo lo contrario.
Al otro lado de la puerta, Miguel Ángel se dejaba caer –derrotado– en el sofá. Acababa de dejar a Alba dormida en su habitación. No es que le hubiera costado demasiado, pues el llanto tenía un efecto somnífero instantáneo en ella. Lo que lo había despojado de sus fuerzas había sido más bien la situación en su totalidad. No era solo el hecho de haber visto a su hija triste, llorando sin parar y pasando de unos brazos a otros durante toda la mañana. Tampoco el ir y venir de personas –algunas incluso desconocidas– expresándole sus condolencias. Ni siquiera el haber visto a Rafi desaparecer físicamente para siempre. Era un conjunto que había comenzado con unos cuantos copos de nieve rodando y formando una diminuta bola, veloz, acaparadora de otros copos y que a pasos agigantados había ido engulléndolo todo a su paso. Habían corrido delante de un alud enorme hasta que las fuerzas no dieron más de sí. Se los llevó por delante, los enterró en nieve y, desafortunadamente, no todos pudieron salir a la superficie.
Suspiró al escuchar el timbre y caminó hasta la puerta arrastrando los pies, como si el momento que estaba atravesando tratara de retenerlo en el sitio.
–Buenos días, tardes más bien. Espero no molestar. El portón estaba abierto y me he tomado la libertad de subir directamente –Miguel Ángel se echó a un lado para dejar pasar a Mikel.
–No es ninguna molestia. ¿Quieres tomar algo?
–No te preocupes, pasaba por aquí para traerte esto –le tendió la bolsa con un paquete envuelto–. Es para Alba. Natalia me dijo que le encantaban los puzles y se nos ocurrió que le gustaría.
–Muchas gracias, seguro que le hace mucha ilusión. La llamaría para que se lo dieras en persona, pero está descansando. Ha sido un día muy duro –hizo una pausa antes de añadir la última frase, nada seguro de querer entrar en ese terreno–. Ya sabes...
Entonces, Mikel se fijó en sus ojeras, en la ausencia de brillo en su mirada y se dio cuenta de que el hombre que vio cuatro días atrás ya no estaba. No había ni rastro de esa fortaleza que hacía de fachada del Miguel Ángel que ahora tenía enfrente. Esa pantalla que revelaba solamente lo que quería mostrar, ni más ni menos. Se había desvanecido y en su lugar había quedado un hombre deshecho, roto y apagado.
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Cuídame por siempre
ФанфикLa Navidad de la familia Lacunza transcurre cada año en un lugar distinto. El sitio, la casa, el paisaje, las personas que se cruzan por la calle, todo es distinto. Familia, risas, villancicos, juegos, un poco de turismo y tardes y noches de sofá y...