II

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23 de diciembre de 2020

Los Lacunza, maravillosamente acompañados por un animado espíritu navideño, cantaban villancicos a viva voz mientras deshacían las maletas. Todos los años por estas fechas viajaban a una ciudad, un pueblo o una casa rural perdida en plena sierra para pasar juntos las vacaciones sin el estrés de la ciudad y el trabajo. Este año le tocó el turno a Elche y allí estaban ya los cinco. Mikel y María organizaban la ropa en armarios y cajones; por su parte, Natalia y los mellizos Elena y Santi correteaban por la casa, la primera persiguiéndolos mientras fingía que no conseguía alcanzarlos y los segundos riendo a mandíbula batiente con el característico, contagioso y reconfortante sonido aniñado de la risa de la edad temprana.

–Papi, papi –una acongojada Natalia entró como un rayo en la habitación principal asustándolos–, Santi y Elena se han hecho pupa.

–¿Cómo que se han hecho pupa?–tomó en brazos a su hija mayor y salió de la habitación seguido por María, ambos preocupados porque no escuchaban a los pequeños llorar.

Cuando llegaron al salón, los mellizos estaban pasando la mano cuidadosamente por la frente contraria. María levantó a Elena para sentarse en el sofá y borró el rastro de la única lágrima que había osado precipitarse por una de sus mejillas.

–Yo también quiero –Santi no tardó en pedir las mismas atenciones.

–Ven aquí, cariño –le dio un beso sobre la cabeza cuando se dejó caer en su pecho.

–Se han dado un coscorrón muy grande.

–¿Sí? Pero ya no les duele porque los besos de mami los han curado rapidísimo, ¿a que sí, renacuajos? –los dos asintieron–. ¿Ves? No ha pasado nada, pero tú lo has hecho muy bien avisándonos.

–¿De verdad?

–De verdad verdadera. Eres la mejor hermana mayor.

–¡Yupi! Soy la mejor hermana mayor, qué guay –los ojos de Natalia brillaban más que el sol en esos instantes. Quería a sus hermanos con locura y que su padre le dijera aquellas palabras le hacía cosquillas en el corazón.

Después del susto, María y Mikel volvieron a la habitación a terminar de ordenar su ropa. Luego hicieron lo mismo con la de sus hijos en la habitación contigua. Cuando se dieron cuenta, era casi la hora de cenar.

–Al llegar vi un supermercado en la calle de atrás, voy a ir a comprar lo imprescindible para el desayuno, que sabes que no me gusta molestar cerca de la hora de cierre, y ya mañana vamos con tranquilidad a hacer la compra para estos días, ¿te parece? –propuso María.

–Genial. Voy preparando a los niños para salir a cenar entonces.


Caminaban entre la gente hacia una pizzería cercana. María había tardado más de lo previsto en comprar las cuatro cosas que necesitaban para desayunar al día siguiente debido a la cantidad de personas que esperaban su turno encaja media hora antes de echar la persiana. Para cuando llegó a casa los pequeños ya estaban listos e impacientes por salir.

–Mami –Natalia tiró de la mano de su madre para llamar su atención–. ¿Por qué esa niña está sola?

María se fijó en que la vista de su hija permanecía fija en una niña rubia y menuda que se encontraba sentada en un banco a escasos metros de ellos. No estaba segura pero, a pesar de su estatura, podría rondar los diez años, la edad de Natalia. Le dedicó una mirada significativa a Mikel y un casi imperceptible gesto de cabeza con el que focalizó la atención de su marido en la niña. Buscaron entre la multitud a alguien que pareciera conocerla. Al no obtener resultado, optaron por acercarse.

Cuídame por siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora