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23 de diciembre de 2030

La familia Reche, a quienes se les había unido Natalia ese año, se dirigía a Valencia a pasar la Navidad. El ánimo en el coche no es que fuera el mejor en esos instantes ya que mientras Miguel Ángel conducía y Marina dormía con el moflete aplastado contra la ventanilla, Natalia no dejaba de chinchar a Alba.

 –Hasta el coño me tienes, Natilla –se enfadó viendo que no hacía otra cosa más que esperar la ocasión de pillarla distríada para clavarle el dedo en el costado y hacerla saltar en el asiento.

 –Es que qué risa, Albi, menos mal que eres bajita y no te chocas contra el techo.

 –Como sigas, la que se va a estampar contra el techo vas a ser tú.

 –Venga, no te enfades, por fi.

 –Que te calles.

 –Dame un beso –pidió en susurros.

 –Ni de coña, qué vergüenza.

Miguel Ángel conducía todo lo menos atento que podía a la interacción que tenía lugar en los asientos traseros. Iba haciendo de taxista pues ninguna de las dos quiso ocupar el lugar de copiloto. Aunque tampoco es que le hubiera sorprendido aquella decisión, pues que ese par eran dos lapas tampoco es que fuera ninguna novedad.

 –Va, uno chiquitito.

 –Toma –si hubieran tenido que describirlo, la palabra perfecta para ese contacto, si es que podía llamarse así, habría sido efímero–. Y calla ya, pesada.

 –Qué rácana. Ni las estrellas fugaces son tan rápidas.

 –Te jodes.

 –Y tú.

 –Meh. ¿No tienes sueño? Venga, duérmete un ratito.

 –Si ya no me quieres, podrías decírmelo claramente, Albi. No merezco que quieras librarte de mí y menos de esta forma.

 –Dios, no te soporto.

 –Enfadica.

Natalia le agarró la cara y dejó una ristra de besos en su mejilla. Luego arrastró el culo por el asiento para igualar sus alturas y se apoyó en el hombro de la rubia para pasar el rato jugando a entrelazar sus dedos.

A falta de una hora para llegar, hicieron la última parada. Las tres chicas fueron al baño mientras Miguel Ángel llenaba el tanque de gasolina y compraba algunos refrescos. La primera en salir fue Marina, ya que Alba y Natalia habían empezado a echarse agua y no le apetecía ver lo que desencadenaría aquello.

Una vez cumplido su objetivo de que Marina se quejara de hacer de sujetavelas, aprovecharon que tenían unos minutos de margen para darse todos los besos que no se habían dado en las últimas horas.

 –Te quiero, chopo.

 –Te quiero, Minion.

Salieron de allí contentas, con los labios algo hinchados y las mejillas sonrosadas. Se empujaban y reían como dos tontas enamoradas, pero todas las carcajadas y las sonrisas desaparecieron al llegar al coche.

 –Mini... Papá...

 No respondieron.

 Se acercó a ellos y sus miradas, apagadas, le dieron todas las respuestas.

Los Reche habían logrado restablecer la normalidad; sin embargo, el destino tenía unos planes muy distintos para ellos.

 –No...

 –¡Alba! –le gritó en un murmullo al ver movimiento en el interior de la gasolinera–. Cariño, tenemos que irnos, o escondernos, no lo sé, pero no podemos quedarnos aquí.

 –No, Nat –arrodillada y sujetando las manos de su familia, se negaba a abandonar el lugar–. No podemos dejarlos aquí, no podemos, Nat, no podemos –sollozó irremediablemente.

 –Albi, por favor, van a salir y nos van a ver.

 –Me da igual, déjame, vete tú si quieres, yo no puedo dejarlos.

 –Al... – un ruido sordo y el consiguiente impacto le impidieron continuar.

 –Nat...

 –Corre, Albi –hizo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban. Ni siquiera sentía el dolor ni la calidez de la sangre. Ella solo quería que su amor se salvara. Pero no le dio tiempo. Unos segundos después una mancha roja crecía sobre el pecho de su rubia.

 –De la mano, Nat –entrelazó sus dedos con los de la morena.

 –Siempre de la mano –susurró antes de sumirse en un sueño eterno.



*****

Ha habido un ligero cambio de planes así que...

FIIIIIIN






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