VI

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27 de diciembre de 2020

Desde que Mikel se marchó, Miguel Ángel no se había levantado del sofá nada más que para asomarse a la habitación de Alba a comprobar que seguía durmiendo. La observaba desde la puerta, se fijaba en si se había destapado al moverse y, de ser así, entraba a arroparla para que no pasara frío. Luego regresaba al salón sin mirar la puerta cerrada de su dormitorio ni un segundo, pues para adentrarse allí todavía no tenía fuerzas, y se dejaba caer en el sofá. Pasó ese par de horas mirando al techo con los ojos humedecidos y rechazando cualquier llamada –no sin antes asegurarse de que no fuera su cuñada, quien se había ofrecido a quedarse con Marina aquel día.

–Papi... –una adormilada Alba frotándose los ojos con un puño y abrazando su nuevo peluche lo sobresaltó. Imitó su gesto disimuladamente para que no lo viera llorando y se incorporó para acogerla en cuanto llegara a su altura.

–¿Tienes hambre, cariño? – le dio un beso. Alba asintió levemente desde el escondite que le ofrecía el hueco de su cuello–. Vamos a la cocina y me haces compañía mientras te preparo la comida.

–No...

–Pero si tienes hambre, ¿por qué no quieres comer?

–Quiero galletas como con mamá...

Miguel Ángel se estremeció al escucharla. La semana entre Navidad y nochevieja, solían meterse los tres en la cocina y preparar galletas para un regimiento. Rafi y Miguel Ángel amasaban y le pasaban las bolitas de masa para que ella las aplastara y decorara a su gusto con fideos de colorines y pepitas de chocolate. Ese año aún no lo habían hecho. De hecho, a Miguel Ángel incluso se le había olvidado por completo.

–¿Quieres que hagamos galletas?

–Chi. Ella está contenta si hacemos galletas, ¿verdad?

–Estará muy contenta, cariño, ella siempre estará contenta con nosotros.

Se encaminó a la cocina con la niña abrazada a su cuello y el corazón en un puño al notar su camiseta humedecerse. Pese a que lo daría todo por poder aliviar ese dolor que tan pronto le había tocado conocer, no sabía qué hacer para calmarla.

Se recompuso como buenamente pudo y buscó los ingredientes. No dejaría que esa costumbre familiar navideña cayera en el olvido. Le había prometido a Rafi que no la olvidarían y eso incluía continuar sus planes juntos. Le costaría mucho esfuerzo al principio, pero confiaba en que con el tiempo esa quemazón en el pecho desapareciera y solo quedara la nostalgia de los recuerdos bonitos.

–¿Marina también podrá ayudarnos cuando sea mayor?

–Claro que sí. ¿A que vas a enseñarle cómo se hace?

–Sí. ¿El año que viene? –Miguel Ángel rio con suavidad.

–No, el año que viene todavía será pronto. A lo mejor el siguiente, ¿vale?

–Vale, el siguiente.

Miguel Ángel hizo la masa bajo la atenta mirada de Alba, que observaba queriendo aprender todo el proceso de una vez para poder enseñárselo a Marina de principio a fin ella sola; luego le pasaba bolitas pequeñas que ella iba aplastando sobre la encimera y decorándolas sin ton ni son.

–¿Están ya? –de puntillas, Alba se asomó por encima del hombro de su padre.

–Casi, un minuto más.

–Me duele la barriga, papá.

–¿Sí? –su padre ya sabía que lo que tenía era el estómago vacío y en cuanto probara aquel manjar, se le pasaría–. Pues ya verás, con las galletas mágicas de mamá se te va a quitar enseguida.

Cuídame por siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora