VII

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24 de diciembre de 2022

Hacía casi dos años desde que la vida de la familia Reche había dado un giro de ciento ochenta grados. Casi dos años desde la muerte de Rafi. Y casi dos años desde una mudanza que, aunque no fue la solución a su vacío interior sino tan solo un parche que con el tiempo se convertiría en cicatriz, les facilitó la adaptación.

El cambio de aires que suponía trasladarse a una ciudad desconocida fue el mayor acierto en mucho tiempo. Ir a un parque y buscar un banco cualquiera para sentarse y ver desde ahí a Alba mientras él entretenía a Marina no era extraño sin Rafi porque, al contrario que en su banco de siempre en su parque de siempre, ella no había tenido la oportunidad de compartir ese asiento con ellos. Tampoco era lo mismo ir al cine en Pamplona, al menos en su nuevo destino no recordaba con amargura que en la sala cuatro Rafi le dio su primer beso justo antes de que la película empezara. Tampoco tenía que aguantar las miradas de pena de los trabajadores del pequeño supermercado al que solían ir porque donde ahora vivía nadie estaba al tanto de los hechos, lo que también era un alivio.

–Lo siento, Chelo, pero no puedo ir.

–Miguel...

–Estoy bien, no te preocupes. Te llamo más tarde, tengo que terminar unos papeles antes de volver a casa.

–Vale, un abrazo.

–Un abrazo.

Por segundo año consecutivo, Miguel Ángel se negó a acudir a la reunión familiar en Valencia. El año anterior fue un caos absoluto. Ni Alba ni él estaban preparados para recibir el tsunami de tristeza que llegó de la mano de esas fechas. Pasaron los días viendo fotos y vídeos de cumpleaños y funciones de Navidad del colegio, contando momentos que ambos conocían pero querían recordar, hablándole a Marina de ella aunque no entendiera ni la mitad de lo que decían, haciendo galletas para sentirla más cerca.

Esos momentos de nostalgia solo se vieron interrumpidos por la visita de los Lacunza. Al percatarse de la situación, pospusieron el inicio de su típico viaje unos días y se plantaron en casa de Miguel Ángel cargados con bolsas del supermercado y comida para llevar que habían encargado la misma mañana de nochebuena. Podría decirse que nuevamente salvaron la Navidad de aquella familia que ya era parte de la suya propia.

A diferencia de ese año, Miguel Ángel ya se encontraba preparado para la oleada de recuerdos –algo menos amargos– y estaba decidido a poner rumbo hacia Valencia para pasar las vacaciones escolares con el resto de la familia. No contaba con que a última hora la herida se abriera en canal para renovar un dolor en estado semicomatoso.

Y allí se encontraba, en la empresa de Mikel, ocupando su propio despacho y mirando al frente mientras golpeaba con el bolígrafo unos documentos que tenía que revisar.

No podía quejarse de su nuevo trabajo. Estaba a gusto, el ambiente era agradable, había ascendido en dos ocasiones y el sueldo les permitía vivir con holgura, sin penurias y pudiendo permitirse ciertos caprichos que antes estaban fuera de su alcance.

Y aun así no había día que no echara en falta un saludo al llegar a casa.

Habían pasado casi dos años; sin embargo, a veces le pesaban como si solo hubieran transcurrido unos días.

Por su parte, Alba lo sobrellevaba mejor que él. Seguía echándola de menos todos los días sin excepción, pero también había recuperado su sonrisa, su dulce jovialidad y la ilusión. Se adaptó con rapidez al colegio. Natalia, que iba a un curso inferior, fue la primera en presentarle a sus amigos. De esa forma, ella, Ici, Jau y Maia la hicieron parte de su reducido grupo desde el primer momento.

Además, teniendo a Natalia todo era más sencillo. Pasaban las tardes juntas, ya fuera en casa de una o de la otra, acompañadas por Santi y Elena, cada día más traviesos. Ambas chicas forjaron una unión tan especial que se había vuelto irrompible, las trasladaba a una realidad paralela en la que ni los pequeños torbellinos Lacunza lograban importunarlas, como si se encontraran en una burbuja insonorizada unidireccionalmente. Para ellas, el mundo dejaba de existir; pero ese mismo mundo, espectador embobado de su vínculo, sí las escuchaba.

Cuídame por siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora