V

1.2K 132 38
                                        

Flashback

25 de diciembre de 2020

Miguel Ángel entró con sigilo en la habitación de Alba dispuesto a despertarla a base de cosquillas. Le pareció extraño que no fuera ella la primera en levantarse y correr hacia la habitación gritando que ya era la hora de abrir los regalos. No le dio demasiada importancia hasta que la vio sentada sobre la cama con una manta por encima, abrazando el marco de fotos que siempre tenía sobre la mesilla de noche y mirando hacia la ventana. Estaba tan ensimismada en lo que fuera que estuviera pensando que ni siquiera se dio cuenta de que su padre había abierto la puerta y se encaminaba hacia ella con gesto preocupado.

–¿Qué te pasa, cariño? –se sentó en el borde del colchón y la abrazó de medio lado, acercándola todo lo posible a su pecho.

–Nada.

–¿Sabes que tienes regalitos debajo del árbol? –le susurró al oído intentando animarla.

–Sí.

–¿Y no quieres que vayamos a abrirlos?

–¿Va a estar mami también?

–No, mi vida, está descansando todavía.

–¿Y podemos esperar a que se despierte para abrirlos?

–Podemos hacer lo que tú quieras.

–Vale –bostezó y agarró firmemente la camiseta de franela de su padre.

Miguel Ángel dejó en su sitio el marco de fotos, que se había ido resbalando de entre los brazos de la pequeña hasta quedar sobre la cama, y la colocó en una postura más cómoda sobre su regazo sin dejar de acariciarle la espalda con suavidad. Mantuvo la mirada fija en aquella imagen, la de una familia plena, feliz a rabiar. Aquella fotografía se tomó instantes después de darle a Alba la noticia de que pronto tendría una hermana. Y ahí estaba ella, inmortalizada justo cuando besó dulcemente el vientre de su madre.

Minutos más tarde, Alba ya había soltado su pijama y dormía con la cabeza apoyada sobre su pecho. La metió en la cama de nuevo, la arropó hasta el cuello y salió de la habitación. Tenía un desayuno que preparar y una coraza que ponerse y mantener todo el tiempo que le fuera posible.

Entró en su habitación y cogió en brazos a Marina, que comenzaba a renegar, le dio el biberón y la dejó en el parquecito para que jugara mientras preparaba el desayuno. Cuando lo tuvo todo listo, pasó por su dormitorio por si Rafi se había despertado. Había hecho desayuno para los tres con la esperanza de que aquel día ocurriera un milagro, que el dolor le diera una tregua y le permitiera pasar un día normal, pero lo cierto era que ya nada era igual. Rafi seguía tumbada, dormida, con el pecho subiendo y bajando lenta y casi imperceptiblemente. Había preparado desayuno para tres a sabiendas de que solamente serían dos, una rutina a la que más pronto que tarde deberían acostumbrarse.

Regresó a la habitación de su hija mayor y repartió una ristra de besos por la frente y los mofletes hasta que abrió los ojos entre risas por las cosquillas que le producía la barba de su padre.

–Arriba –la alzó en el aire y dio vueltas por el dormitorio y el pasillo como si fuera un avión–.¿Lleva su cinturón abrochado, señorita? –le preguntó al llegar a la cocina.

–¡Sí! –agitó los brazos en el aire.

–¿Está preparada para aterrizar?

–¡Síííí!

–¿Está segura?

–Que sí, papi –se impacientó, de repente hambrienta y relamiéndose al ver la cantidad de cosas que había preparado. Miguel Ángel la dejó sentada en una de las sillas y se acercó a la encimera a por las dos tazas, una de café para él y otra de chocolate caliente para ella–. ¿Va a venir mamá a desayunar con nosotros?

Cuídame por siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora