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24 de diciembre de 2015

Después del vendaval que se había desatado aquella mañana, el tiempo –por fin– parecía conceder una tregua. Después de comer, Rafi y Miguel Ángel decidieron aprovechar que el sol radiante lucía en el cielo completamente despejado. No había ni una sola nube a la vista que pudiera tapar esa maravillosa fuente de calor.

Alba caminaba entre ambos sujetando sus manos, saltando cuando llegaban a una fila de baldosas de distinto color como si se tratara de un río y al pisarlas pudiera mojarse.

–¡Ah! –se asustó al resbalar en uno de los aterrizajes–. Mami, ¿llévame a caballito? –pidió mostrando un puchero y frunciendo el ceño levemente.

–Ven aquí, pequeña cabra de monte –lo cierto era que no sabía si le provocaban risa o ternura las reacciones de Alba ante circunstancias como aquella.

Rafi se agachó para que pudiera saltar a su espalda. La agarró firmemente por la parte trasera de los muslos y continuaron caminando. Observaban el ir y venir de las demás personas. Solas que miraban escaparates, parejas encantadas con pillar todos los semáforos en rojo para besuquearse un rato y decirse cosas cursis, familias tomando una bebida caliente en cualquier cafetería, abuelos paseando agarrados del brazo, o grupos de amigos ya piripis berreando villancicos después de intercambiar los regalos del amigo invisible.

–¿Cuánto falta?

Al contrario que en Elche, donde ya había memorizado la mayoría de los trayectos de hacerlos día tras día, en Valencia no los controlaba. Visitaban poco la ciudad. Una vez al mes, dos como mucho, y según cómo fueran las cuentas. Si habían tenido algún pago imprevisto, si preferían ahorrar ese dinero para otro momento, si necesitaban comprar ropa nueva. Casi siempre surgía algo y ese año más. Al final, entre unas cosas y otras, solo fueron tres veces a visitar a la familia. Eso sí, ir en Navidad era indispensable.

–Poco.

–¿Cuánto es poco? –insistió con la mejilla aplastada sobre el hombro de Rafi y mirando a su padre.

–Un poquito menos de la mitad.

–Mami, bájame.

–Oye, renacuaja, ¿qué órdenes son esas?

–Por fi... –Rafi se agachó para que bajara y ambos extendieron la mano para acabar el camino de la mano, tal y como lo habían empezado, pero los planes de Alba eran muy distintos–.Papi, ¿me subes tú ahora?

–¿Y eso por qué? –preguntó Rafi exagerando una indignación que realmente no sentía, simplemente la había desconcertado–. Anda que no ibas cómoda, ¡si me estabas babeando el hombro y todo! –Alba rio pícaramente al ver que se había dado cuenta de ese detalle.

–Es que así no te cansas, mami. Tú me llevas un ratito y papi me lleva otro.

–Ay, ven aquí, te lo perdono todo, te como esos mofletes regordetes. ¡Ven aquí, ven que te espachurre!

–¡Papi! ¡Ayúdame, que me come! –Miguel Ángel la alzó en volandas antes de que Rafi pudiera pillarla.

–¿Te cuento un secreto? –le susurró al oído como si esa pregunta formara parte de él.

–Sí –le respondió también con voz queda.

–Solo quiere darte muchos besos porque eres una niña maravillosa.

–Hala, entonces sí quiero. Ven, mami, ven –estiró los brazos hacia su madre con una sonrisa enorme dibujada en la cara y dejó que la estrujara y le llenara la cara de besos.

–Ea, ya podemos seguir, sentenció cuando se dio por satisfecha.

Una vez llegaron al parque, Alba corrió a deslizarse por el tobogán. Prefería los columpios porque así podía pedir que la empujaran para llegar más alto, pero estaban todos ocupados y le tocaba esperar a que alguno de aquellos niños decidiera que ya había tenido suficiente y prefería cambiar de juego.

Cuídame por siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora