LA VENGANZA A VECES NO SE SIRVE FRÍA

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18 de Febrero de 2024

Ha pasado ya un año desde que el joven e inexperto Teide pisó por primera vez la comisaría asignada al inspector Rodrigo Limones, las paredes habían cogido humedad por el paso del tiempo y el suelo sibilaba a cada pisada. La juventud del pequeño y curioso detective se había marchitado por los continuos descuidos de una vida en constante ajetreo. El ahora inspector de policía ya no era un joven con rizos alocados, tenía su corte de pelo habitual con degradado al final, barba de un par de meses y arrugas en los ojos de no descansar a penas, además de una importante concentración de cafeína en las venas. El chico había pecado desde el principio, se había dejado llevar por resolver el mayor número de casos posibles en el menor tiempo. Su meta en la vida era ayudar a todas esas personas que Rodrigo le había dicho que buscaban una respuesta a una simple pregunta. Otros perros viejos de la comisaría madrileña con más experiencia, se habían dedicado a asignarle los casos que no eran capaces de resolver, porque el chico tenía un brillo ilusionante en los ojos que había que apagar con la desesperación y la frustración de la sociedad cruel y desalmada, que no siempre arrebata vidas y deja razones. Teide era muy joven, no había pensado todavía en el compromiso, de vez en cuando, por complacer al cuerpo y no anquilosarse andaba con alguna chica saliendo o hacía deporte en el parque que había cercano a los edificios donde se quedaba a vivir. 

Su vida era trabajo, con pequeños descansos para no perder la cordura, pero siempre pensando en la dificultad del siguiente caso que tendría que afrontar. 22 casos, que para él eran pocos comparados con los que había cerrado su ídolo el inspector Rodrigo, pero para el resto estaba llamado a ser un joven con una carrera profesional de trayectoria meteórica. Su lema era nunca detenerse, si no resolvía un problema, quizás no tenía la experiencia suficiente o la edad no acompañaba, pero se ponía con el siguiente y lo volvía a intentar cuando las piezas encajando. Asimilaba los casos como puzzles y rompecabezas, iba buscando las piezas y las ponía en el lugar adecuado, hasta que conseguía ese quién que al principio se enrevesaba y se complicaba. Le llamaban el Inspector de los matices, porque desgranaba cada caso tirando de miles de millones de hilos hasta que encontraba el que conducía al culpable.

7 de la mañana

Teide caminaba hacia la puerta principal de su despacho, el resto de personas normales entra a trabajar a las 8-8:30, pero él, si no se tomaba su café y leía los recortes de periódicos de casos olvidados, no podía activarse. A veces al chico le gustaba leer casos que ya habían proscrito mientras agitaba la cuchara de su taza de café. Sus gustos eran sencillos, café simple, nada de aderezos, para el la vida complicada estaba impregnada en sus casos, pero en su día a día, el chico tenía su apartamento de soltero, un vecindario tranquilo al lado de librerías y parques, y un ordenador con el que de vez en cuando se enteraba de noticias deportivas o del día a día. Conociendo a sus compañeros de policía y socializando se había hecho del Madrid, aunque el Valencia seguiría estando en un hueco en lo más profundo del corazón. Alicia era la chica con la  que más veces había quedado, siempre era un placer resolver casos con ella, ambos se retaban con la mirada en cada caso, tenían química, tenían esa energía que no quieres compartir con nadie más, y siempre trataban de llegar a una respuesta diferente con cada víctima.

De repente, un recuerdo fugaz del pasado rozó la mente de Teide, su amiga Julia, ya hacía un año que no sabía nada de ella, lo último que recibió de su parte fue una nota de agradecimiento por un caso resuelto que había hecho que sus lágrimas pararan. Según había oído, se marchó a estudiar, su amor al arte nunca desapareció. Repasando los mensajes de su teléfono apareció ante él una conversación con Julia. Terminaba con alguna carcajada cuyo motivo yacía en el olvido y un frío adiós característico del muchacho.

Una parte de él sintió tristeza, su mirada era seria y estaba concentrado, pero su cuerpo no estaba respondiendo de la misma manera. Los dedos no se movían para pasar la pantalla hacia otras conversaciones, por un momento, el chico sintió un ligero picor en la zona cercana al lagrimal, algo le dijo que se detuviera en ese mismo instante y apagó hasta el móvil en un acto frenético y casi involuntario.

"El día que decidí que quería matarte"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora