DEJANDO DE SONAR

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Guardería Adiciones, Sevilla, 11 Febrero de 2007, casi mediodía

Las puertas están abiertas de par en par, los niños corretean por todas las esquinas. La pequeña guardería de paredes blancas e inmensos ventanales, cuyo interior tiene una pequeña recepción está de nuevo funcionando un día más.

En su gran patio de baldosas grises, hay distintos tipos de balancines, una portería de fútbol, un tobogán tricolor y un viejo columpio. Los niños están jugando, aprovechando su juventud, imaginan dragones, se divierten con monstruos inventados, hacen corros colectivos, cantan canciones, ..etc. Llama la atención una conversación entre tres niños, dos chicos que persiguen a una chica de pelos negros, gafas redondas y una única coleta rodeada por una gomilla roja.

La niña recorre los tablones del pequeño puente que conecta con el tobogán y corre sin mirar atrás, mientras los otros dos jóvenes, uno rubio y el otro castaño no dejan de tratar de alcanzarla.

—¡Laura te vas a caer!—grita el pequeño Guillermo con las manos magulladas por el esfuerzo de tratar de seguir a su compañera hasta el cansancio, el joven no está en plena forma, tiene un par de kilos de más y le cuesta correr con soltura.

—¡Laura espérame!—grita el pequeño Gonzalo que apenas le llegan las fuerzas para subir y agarrarse a las cuerdas, se ha caído varias veces, pero no desiste y lo sigue intentando.

Laura no les oye, solo quiere correr y correr, la música que han puesto en la radio le gusta, se siente motivada, con mucha energía, tan absorta estaba en sus pensamientos que no ve que otro compañero se acaba de lanzar a toda velocidad por el tobogán sin terminar de salir de todo. La chica se lanza al mismo tiempo, generando una colisión cabeza con espalda, que hace que Laura al echarse para atrás se golpee con uno de los soportes del tobogán. Como consecuencia de las prisas, la joven de una sola coleta se hizo una pequeña brecha en la cabeza y empezó a sangrar.

Hospital Lanzada,   15:00 de la tarde

Guillermo y Gonzalo, dos grandes amigos de toda la vida, se encuentran sentados en unas sillas del fondo del hospital, las sillas son de color azul oscuro y ahora se encuentran iluminadas por el sol que entra procedente de una de las ventanas amarillas de la sala. Los dos quieren a Laura, los dos están preocupados por su mejor amiga, los dos no dejan de mirar hacia el final del pasillo para ver si la chica sale de la habitación en la que ahora se encuentra. Los médicos les han dicho que no hay de qué preocuparse, pero no es suficiente, ellos darían todos sus tazos, cromos y juguetes con tal de saber que Laura está en perfecto estado de nuevo.

Pasada media hora, la puerta se abre, y Laura sale con una sonrisa, allí estaba, como si no hubiera pasado nada, la chica vivía siempre la vida al máximo,  a pesar de haber pasado por una experiencia peligrosa, ahí estaba, como si solo le hubieran arañado.

—Estás bien, Laura—se adelantó Guillermo, que había medio asfixiado a su compañero Gonzalo con su brazo para ser el primero en preguntar.

Laura no dijo nada, aquella experiencia realmente le había asustado, el médico le había dicho que había tenido mucha suerte de no haberse golpeado en un mal sitio y que solo tendrían que ponerle un par de puntos durante unas semanas. La chica como hallaba las palabras adecuadas, y no quería que sus mejores amigos se preocuparan por ella, se limitó a asentir con la cabeza y sonreír.

Guillermo se conformó con la respuesta, pero Gonzalo sabía leer la mirada de Laura, y no le valía con una falsa sonrisa. Sin decir nada más, el castaño, se acercó a su amiga y la abrazó, para impedirle que hablara. Tocó con los dedos las tiritas y vendas que le habían puesto y supo que su amiga estaba asustada, porque él lo estaba, a pesar de no haber sufrido el accidente.

"El día que decidí que quería matarte"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora