MÁS DE LO QUE UN NIÑO NORMAL DIRÍA

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15 de Febrero de 2016, Sevilla


Benjamín Donaire era un psicólogo de 27 años, un chaval perdido que quería ayudar a la gente con su buena intención y su paciencia, pero pecaba de torpeza. Se encontraba sentado en la silla de su despacho,  una especie de zulo de paredes verdes y luces intensas con una mesa en todo el centro, era un edificio que se encontraba perdido por una de las largas calles de Triana. Era un chico castaño de ojos negros,sus ojos, que se escondían tras unas gafas por una miopía eran del color del mar, éstos ahora se encontraban mirando la Tablet que portaba entre los dedos con algo más que una expresión neutral, como si lo que estuviera leyendo fuera de vida o muerte. En las manos del reputado experto en mentes se encontraba una especie de plano abierto digital que contenía documentación profunda.

"El paciente no responde al dolor cuando se le aplica la correspondiente fisioterapia"—Alejandro Lozano,  fisioterapeuta del Virgen de los Treses, lo firmaba.

"El paciente no quiere responder a mis preguntas, solo asiente o disiente con la cabeza"—Manuel Segura, médico especialista, lo firmaba.

—El tal Teide parece un chico peculiar, me tengo que cerciorar, pero parece de los que van a necesitar sesiones durante mucho tiempo—Benja se cruzó de piernas y se puso a dar vueltas emocionado, era su segundo paciente, al parecer ya le estaban asignando los casos complicados, acababa de llegar a Sevilla hace unas semanas. El psicólogo era de esos jóvenes rebeldes, amantes de la fiesta y el libre albedrío que había empezado tarde a seleccionar una vocación, y que, por decidirse por una carrera, escogió la psicología, ya que con sus notas, que estaban sobre la media y por los pelos, no le habían permitido optar a medicina u alguna de sus variantes. 

El profesional de las mentes dejó de dar vueltas sobre su silla cuando escuchó como alguien hacía pequeños golpes repetidos que se estrellaban contra su puerta. De repente, la puerta se abrió, y tras ella apareció un joven de pelo rizado agarrando sus manos con nerviosismo e impaciencia:

—¿Se puede?—el joven no miraba a Benjamín a los ojos, parecía como si le tuviera miedo.

—Pasa, Teide—le invitó con un gesto el chico de gafas y bata blanca—. ¿Te gustaría tomar un té o un ColaCao?—intentó la baza de la amabilidad el astuto joven.

—No gracias, pero si tiene un vaso de agua se lo agradecería—el chico lo trataba con respeto, ni una palabra mal sonante se escuchó en toda la sala, y eso que la habitación es de eco fácil.

Acercarse al chico y congeniar con él en alguna afición iba a resultar complicado, Benja no sabía cómo excavar en lo más profundo de aquel niño pequeño acomplejado.

—Ahora mismo te lo traigo—Benjamín se levantó, accedió al pasillo por la puerta y en una de las máquinas llenó un vaso de plástico que luego le entregó al muchacho antes de volver a sentarse en su asiento—. Aquí tienes—espero que esté bien, no está ni muy fría ni muy caliente—terminó de añadir.

El chico dio dos sorbos al vaso y luego agradeció el gesto del psicólogo con una mueca, creo que trataba de expresar su gratitud.

—No sabes sonreír—se rió el psicólogo para tratar de poner de los nervios al muchacho.

—No, pero tampoco quiero—otra respuesta evasiva, peligrosa, rozaba casi la extrema necesidad, era como si todo saliera directamente de su garganta, como si fueran gritos del interior que tenían que salir aunque el tratara de evitarlo.

Benjamín  se acarició la pasta negra de sus gafas, se revolvió el pelo y decidió seguirle el juego, puesto que estaba claro que el chico no iba a responderle nada en condiciones si seguía utilizando los estándares del psicólogo.

"El día que decidí que quería matarte"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora