ƈαρíƚυʅσ 20

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La bella mujer de cabellos claros tomó una copa y se puso en pie, lista para hacerla sonar y llamar la atención de todos los invitados. Y lo hubiera hecho, de no ser por una pequeña manito que tiró de su blanco vestido.

—N-no quiero —habló con ojitos llorosos.

La mayor inmediatamente dejó los objetos sobre la mesa, y se agachó hasta estar a la altura de la niña. La notó tensa, así que le sonrió, buscando tranquilizarla.

—¿Qué ocurre, mi princesa? —acarició sus cabellos.

—Me voy a olvidar lo que practiqué y quedaré como tonta —confesó, con el rostro rojo y un par de lágrimas cayendo de sus redondos ojitos.

La señora tomó sus manitas entre las suyas, dándoles un besito. Prosiguió a abrir sus brazos y su hija rápidamente se escondió entre ellos.

Sintió sus hipidos y su cuerpito aferrarse a ella con fuerzas, como buscando que la sacara de esa situación. De esas emociones que eran demasiado para su pequeña existencia.

—Mi Yoorin-ah, tú eres muy fuerte, está bien tener miedo —se separó, limpiando las gotas saladas de sus suaves mejillas de bebé—. Lo importante es que no dejes que te supere; tú puedes más que eso.

La pequeña rubia sintió su miedo mermar, y observó los ondulados, castaños cabellos de su progenitora danzar con el viento. Sonrió, sintiendo el aroma a manzanilla que ambas usaban. No había cabellera más bonita que la de su mamá.

—¿Quieres hacerlo? —Yoorin asintió con suavidad—. Entonces ve, yo estaré aquí, siempre lo haré. Y si te asustas, puedes venir a mí. Mamá siempre te va a proteger, Yoorin-ah. Lo sabes, ¿no?

La niña de apenas cuatro años recién cumplidos asintió, todavía nerviosa pero un poco más tranquila. Su mamá acarició su espalda, llamó la atención de todos los presentes y le dio ánimos desde atrás.

—Tú puedes, tesoro —la oyó aconsejarle—. Suéltalo, solo di lo que tengas que decir.

Yoorin tomó una profunda respiración, mirando el cuadro de su mamá en su habitación. De ese recuerdo habían pasado casi trece años. A veces pensaba que si cerraba los ojos, llegaría a percibir ese aroma a manzanilla que tanto amaba, y así sabría que su mamá de hecho seguía con ella. Como prometió, protegiéndola si tan solo ella corría y se refugiaba en sus cálidos brazos.

Dios, cómo la extrañaba.

Fue muy pequeña para comprenderlo, pero después de no ver a su madre por varias semanas, cuando su papá la llevó al hospital, lo que vio no se lo esperaba. Los bellos cabellos de su hermosa madre ya no estaban. Yoorin no sabía porqué, pero algo andaba mal, lo sentía en su corazoncito que se apretujó ante tal visión.

Fue la última vez que su mamá la abrazó.

Suspiró, saliendo de su habitación hasta caminar y ubicarse frente a la puerta de color oscuro que daba con la oficina de su papá. El día que su mamá murió, su padre lo hizo también. Su cuerpo estaba allí, pero no era la misma persona que Yoorin guardaba en sus recuerdos felices. Solía ser un señor alegre, que adoraba contar chistes y pintar cuadros. Cuando su madre falleció, fue como si el pintor se hubiera quedado sin colores. La vida se volvió gris para ambos, y aunque Yoorin buscara conservar un rayito de la felicidad que esperaba quedarse de su infancia, no pudo. Porque todo en su casa se volvió dolor y llantos silenciosos.

ႦυႦႦʅҽɠυɱ - ԋυҽɳιɳɠƙαι Donde viven las historias. Descúbrelo ahora