El día de Eros.

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*HISTORIA ACONTECIDA AÑOS DESPUÉS DE LA TORRE DE NERÓN*

—¡Annabeth! —gritó el señor Chase desde las escaleras— Percy llegó.
La chica aseguró que bajaría en un minuto, Frederick le ofreció a Percy un bocadillo pero él se negó, no quería ensuciar el traje que tanto le había costado encontrar.
—Debes traerla a casa a las once —apuntó Frederick intentando echarle una mirada fulminante al chico pero le salió más como una mirada acosadora.
—Lo haré señor —aseguró Percy con una sonrisa, miro el reloj que estaba en la sala nervioso— ¿Cree que tarde mucho? No soy muy paciente.
El señor sonrió divertido y se encogió de hombros, no recordaba la última vez que se había sentido como un tonto adolescente, nervioso, transpirando detras de un traje y con un ramo de flores.
El seguro de una puerta de escucho, Percy se levantó de golpe del sillón y camino a las escaleras, de ellas bajaba Annabeth y su madrastra, el ojiverde ni siquiera noto a la señora, su mirada estaba absorta en su novia, ella se ruborizo nerviosa. Traía puesto un hermoso vestido color plateado con destellos azules, unos aretes con la figura de un buhó, unos zapatos de piso color negro con piedras plateadas, el pelo lo tenía recogido en un elegante chongo para lucir su bronceada espalda gracias al escote del vestido.
Después de que Percy le entregará el ramo salieron de la casa, subieron al auto y de inmediato el chico arrancó camino al campamento mestizo, tenían una cena importante donde anunciarían su compromiso ante sus amigos, así que debían ser los primeros en llegar y verificar que estuviera todo en orden o al menos Annabeth se encargaría de aquello mientras Percy lucharía por no decirle a Grover, su mejor amigo o a cualquier otro campista que se encontrara.
Subieron a la colina despacio para no estropear el vestido de Annabeth.
—¿Traes el anillo? —le cuestiono Percy a su novia aunque era casi imposible que no lo trajera.
—Obviamente sesos de algas —contestó mostrándole el anillo que hace dos meses los compremetio.
Llegaron hasta el comedor que estaba decorado con millones de flores, Percy solo pudo reconocer rosas y tulipanes de millones de colores, realmente los hijos de Demeter habían hecho un gran trabajo. En las mesas se había colocado un mantel azul con lineas plateadas, justo en el centro descansaba una vela que no chorreaba cera, Annabeth miró a sus hermanos que discutían con algunos sátiros sobre lo que deberían tocar y rió divertida, agradecida de que la ayudaran.
—Ire a encerrarme a mi cabaña —dijo Percy secándose las manos en su traje azul oscuro— Si te encuentras a Piper no le digas nada, esperaremos a la cena.
—Lo prometo —exclamó Annabeth— Te veré en treinta minutos.
Percy llegó a su cabaña apenas encontrándose a algunos hijos de Hermes que él recordaba desde el primer año que estuvo en el campamento, todos lo elogiaron por lo elegante que iba y se encaminaron hacía el comedor.
Tan pronto Percy entró a su cabaña soltó un grito asustado, en su litera se encontraba un joven de casi su edad jugueteando con una flecha dorada, tan brillante como las columnas de la cabaña de Apolo, el joven levantó el rostro revelando lo guapo que era, vestia una tunica griega, Percy de inmediato reconoció los ojos de un hijo de Afrodita y una sonrisa burlona como la de Ares, eso lo hizo tragar en seco y meter su mano en el bolsillo donde guardaba a contracorriente.
—No quiero lastimarte —habló el joven con una voz melodiosa— Soy Eros, dios del amor y el deseo.
—Hola —dijo Percy confundido— ¿Qué haces aquí?
—Vengo a darte tu regalo de bodas —contesto Eros sonriente, se levantó de la litera para acercarse al ojiverde.
Le entregó la flecha que tenía un moño rojo, Percy la tomo dudoso, era muy ligera, tenía un largo de treinta centímetros, en ambos lados de la punta tenía grabado un búho con un tridente cruzado, en la cola una delta griega: Δ, de inmediato el chico recordó que en aquella aventura en el laberinto es donde Annabeth lo beso por primera vez. Vio el cilindro delgado, el cuerpo de la flecha y leyó en grigo antiguo: "Mis mejores deseos para ustedes".
—Gracias —dijo Percy impresionado.
—Ten cuidado porque cumple la misma función que mis otras flechas —apuntó Eros divertido— Nada de dispararsela a una persona, mucho menos a un monstruo.
El dios desapareció en un chasquido dejando un olor a chocolate en la cabaña de Percy. El chico guardó la flecha en la bolsa interior de su traje y regresó al comedor, probablemente ya habían pasado los treinta minutos.

One Shots Rick Riordan UniverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora