Fresas

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El primer día de universidad llegó, Joaquín se había despertado unos minutos antes de las cinco de la mañana. Sabía que ya no podría dormir, así que solo soltó un suspiro frustrado, pero aun así acerco más su cuerpo al del rizado que lo abrazaba por la espalda, sintiendo la respiración tranquila contra su cuello.

Luego de algunos minutos, volvió a suspirar, estaba emocionado demasiado por su primer día de universidad. Intentando distraerse para que el tiempo pasara más rápido y no interrumpir el sueño de su novio, comenzó a pesar en el último mes.

Luego de que se mudaran juntos, se podría decir que todo se volvió increíble, ya no debía discutir con sus padres, podía dormir con Emilio, además de tocar el abdomen de esté casi todo el tiempo. Su vida juntos ha sido perfecta a pesar de las pequeñas discusiones que han logrado tener, por algunos asuntos.

— ¿Qué pasa mi niño? —preguntó el rizado contra el cuello de su novio con voz más ronca de lo normal.

Ante la sorpresa Joaquín dio un pequeño saltito en su lugar, pensó que el mayor estaba dormido. Incluso se había movido lo menos posible, para evitar despertarlo por su insomnio.

— Duerme, solo estoy emocionado descuida —dijo el castaño, mordiendo su labio cuando sintió como Emilio pasaba en cima de él para quedar frente a frente.

— El levantarnos temprano hará iniciar bien el día mi niño —susurró el rizado acariciando la mejilla de su pareja.

— Está bien, mi chico malo —musitó Joaquín, tomando de la nuca al mayor jalándolo para unir sus belfos.

Ya habían superado su etapa de no besarse hasta cepillarse los dientes, por lo que aún pasional beso de buenos días o madrugadas no estaba mal. Pero un beso para el castaño no era suficiente por lo que subió una de sus piernas a la cadera de Emilio, acercando más sus cuerpos, logrando que sus semierecciones matutinas, rocen provocándoles un jadeo.

— Calma pequeño caliente —pidió el mayor separando sus labios, al reconocer a la perfección las intenciones de su novio, por lo mismo le puso aquel apodo tan peculiar.

A sí es ya habían tenido su primera vez de ambas formas, las dos fueron una noche muy especial. A pesar de que lo disfrutaron demasiado el más necesitado por volver a hacerlo de cualquier manera es Joaquín, por lo que aprovecha cualquier oportunidad para provocar al rizado, ya que esté no es nadie para resistirse, a los encantos y provocaciones.

Casi siempre o mejor dicho siempre el castaño se salía con la suya, si no lo hacían por completo al menos tenía un orgasmo.

Emilio se divertía demasiado con las ocurrencias o el descaro que tenía su novio en demasiadas ocasiones, aunque también terminaba sonrojándose. A veces se preguntaba cómo en alguien que parecía tan tierno y angelical, había tanta calentura.

— No me gusta que me digas pequeño caliente —reprochó Joaquín abultado sus labios, el rizado rio un poco al ver la actitud.

— Entonces no te comportes como uno —dijo danto un toque en la nariz contraria.

El castaño soltó un bufido, no le gustaba cuando recalcaban el hecho de que le gustaba hacer el amor con su chico malo. Debió dejar de hacer pancho cuando vio como se levantaba de la cama.

— ¿A dónde vas? —preguntó Joaquín antes de que su novio saliera por completo de la habitación.

— Haré ejercicio, ¿quieres acompañarme? —intrigó Emilio con una sonrisa.

El castaño soltó un suspiro, mientras negaba, odiaba hacer ejercicio, pero amaba que su novio lo hiciera, pues su cuerpo se veía aún más precioso, el abdomen que tanto le fascina se marcaba aún más. Además que era algo excitante verlo mientras lo hacía.

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