Frambuesas

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Epílogo

Joaquín sonreía un poco bastante ansioso, recorriendo la cortina que cubría la ventana, para poder ver si llegaba a ver la motocicleta llegar. Debió esperar unos minutos para verla a lo lejos, de inmediato salió corriendo de la casa sonriendo ampliamente, lanzándose prácticamente a los brazos del rizado que ni siquiera se había bajado de la motocicleta causando que  perdiera el equilibrio casi cayéndose, con todo y motocicleta.

— Bonito, ten cuidado o nos podemos caer —susurró Emilio con una gran sonrisa.

— Lo siento —se disculpó haciendo un pequeño puchero en sus labios— Solo que me emocione mucho porque llegaste, solo contaba las horas para que llegaras —admitió.

— Esta bien, también estaba ansioso por llegar a casa —dijo el mayor, tomando de las piernas al castaño haciendo que rodearan su cadera, bajando se de la motocicleta cargando lo en esa posición.

En cuanto entraron a la casa, cuatro bolas de pelos se lanzaron a ellos muy emocionados por la llegada de Emilio.

— Hola hermosos —saludó el rizado acariciando con una de sus manos cada una de las cabezas de sus perros, ya que no pensaba soltar al menor.

— Saludalos bien o se enojaran — pidió Joaquín, ya que conocía a sus perros y sabía que se enojaran — Anda yo te esperare.

El mayor soltó un suspiro, asintiendo, camino al sofá dejando ahí al castaño, sentándose el también comenzando a acariciar a sus mascotas de manera muy alegre. Una vez que terminó, les abrió la puerta del patio para que corrieran libremente en el Gran espacio que hay.

Hace un tiempo se habían mudado a la casa de los abuelos de Joaquín, así que ya no estaban tan cerca de la ciudad, por lo que vivían en un ambiente más tranquilo, dándoles la oportunidad de adoptar a tres perros increíbles.

— ¿En que piensas? —intrigó el castaño, acercándose a dónde estaba Emilio parado viendo a sus perros jugar.

— En lo hermoso que han sido este tiempo —susurró el mayor volteandose para abrazar de la cintura al contrario— Terminamos nuestras carreras, tengo mi negocio de pinturas, tu eres el encargado de hacer que mi trabajo de exponga en grandes galería de arte y... —se tomó un momento para tomar la mano izquierda dando un beso en esta— Eres mi esposo.

Joaquín asintió sonrojandose un poco,  se habían casado hace un poco más de ocho meses, su boda había sido como siempre la soñó, hubo mucha gente, bailaron su canción favorita, el rizado lo hizo llorar con sus votos y muchas cosas más.

— Aún no puedo creer que hayamos cumplido cada una de nuestras metas juntos —murmuró con gran emoción el menor.

— Es muy hermoso pensar en todo lo que hemos vivido, en todos estos años... —hizo una pequeña pausa para dejar un corto beso en los labios contrarios— Te amo tanto.

— También te amo demasiado  —susurró Joaquín sonriendo ampliamente — ¿Quieres comer algo? Fui a comprar algo después de visitar a mi padre e ir a trabajar.

— Sí, pero no lo que compraste sino a ti —dijo Emilio con una sonrisa tomando de las piernas al castaño, llevándolo directo a su habitación en el segundo piso.

El menor asintió más que feliz, adoraba está nueva etapa de a esposo, pues esté ahora es quien pide hacerlo en cualquier oportunidad y probar cosas nuevas, situacion que por supuesto que a él le encanta muchísimo.

[...]

Joaquín mantenía recargada su cabeza en el pecho del rizado, concentrado en escuchar el latido acerado de éste, disfrutando de las caricias en su espalda que lo distraigan de la incomodidad en su trasero por hacer el amor hace tan solo unos instantes, no lo mal entiendan era una incomodidad que de cierta forma le agradaba demasiado, lo cual es algo extraño.

Frutos Rojos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora