Capítulo 4: A ti, que me inspiras

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        Había llegado ya el Sr. Morris, todo era agradable, él era tan perfecto como ella pensaba, muy educado, amable y pf, simplemente el mejor chico que ella pudo haber "conocido". Lo único que le dolía era que no recordaba haberla visto en ningún sitio, le había contestado este a la madre de ella tras haberle pregunta a que instituto iba. Eso hizo que el corazón de Gisselle saliera herido otra vez. Durante la cena no habló nada, se la pasó pensando, y llegó a la horrible conclusión de que la chica de la otra noche no era más que su novia. Eso la molestó y la hizo medio morir, quería desaparecer en ese mismo instante, no sabía como sobreviviría a partir de ahora cada vez que se llevara la churri a casa. Esperaba que al menos fuese él a la suya, por lo menos así no se enteraría de si habían o no practicado el coito. Como lenta, como de costumbre, no lo miró más que alguna vez de reojo, era imposible no mirarlo, era como un imán que la atraía hacia él y no la dejara parar de hacer el ridículo. 

        Por fin se fue, por una parte fue como si le hubiesen quitado un trocito de corazón y que por allí pasara el aire invernal del que gozaban todos los días. Aunque, por otra parte se sentía aliviada, ya no corría el peligro de decir alguna sandez delante del chico de sus sueños, que parecía tan lejos de su alcance como la Luna.

        -Es guapo, ¿eh?-le dijo su madre al lavar los platos. Ella permanecía sentada en el mismo sitio donde había cenado. "No me había dado cuenta, mamá" pensó ella irónicamente.

        -Sí, bueno, no está mal-le quitó importancia. Se levantó, besó a su madre y se fue a la habitación. Se sentó en la cama, se tiró dejando las piernas colgando y miró el techo. Suspiró y colocó sus manos, una sobre otra y las dos sobre su estómago. Pensó en como de cerca había tenido hace un momento, y cuan lejos estaba realmente. Jugó con el cordón del pantalón del pijama, mientras, en su imaginació, sentía como él le besaba el estómao, todas y cada una de sus partes. Salió de su ensoñación cuando algo golpeó su ventana, caminó a la pata coja hasta la ventana y la abrió, miró abajo y no vio a nadie.

        -Ps, aquí-alzó la mirada y esta chocó con la mirada que tanto la embobaba y la dejaba en trance.

        -¿Qué pasa?

        -¿Qué te ha pasado esta mañana?-o sea, que sí que la había visto, entonces, ¿por que le había dicho a su madre que sí que la había visto?

        -Me he caído en educación física-contestó y sintió calor en las orejas y en la cara. 

        -¿Te duele mucho?-ella negó con la cabeza, sin media palabra-. Bueno, buenas noches, vecina-él cerró la ventana y pasó las cortinas. Ella se quedó mirando a la nada, dejando que el aire se llevase todo el calor que sentía en su cara. Cuando ya notó frío se meió y cerró la ventana. Se acost´p en la cama, realmente feliz, había hablado con ella, le había dicho hasta "buenas noches", eso para ella ya era un gran logro. Al final del día, el presentimiento que había tenido esa mañana había dado sus frutos.

···

        Unos zarandeos la despertaron, era la voz de Samuel la que chillaba:

        -VA GIS, LEVANTA, QUE HAY CREPS PARA DESAYUNAR-al oír eso, se levantó como un resorte y cogió lasa muletas. Fue todo lo deprisa que pudo. Llegó y el aroma del azúcar con vainilla fue captado por sus fosas nasales, una sonrisa de satisfacción se extendió por su rostro. Se sentó y comió con garbo junto a su familia. Era sábado, tocaba visita a la abuela y comer allí. Al acabar de desayunar, volvió a su cuarto y cogió la ropa para ir allí. Fue a ducharse.

        Hacía buen día para estar al aire libre. Llegaron a la casa de campo de los abuelos. Era enorme, con dos plantas y un gran patio con piscina, incluso tenía una barbacoa. Entraron y saludaron efusivamente a la familia, sobre todo a los abuelos. Había paella para comer, todo muy tradicional. Ella se quedó entada, mientras los demás hacían todo. Aquel día había acudido hasta su tía la rara. A ver, no es que fuese rara, es que era demasiado diferente a las demás. Comieron entre risas, voces y parloteos. Eran una familia de los más escandalosa, era en el único sitio donde Gisselle dejaba salir su lado alocado y andaluz. Cuando mantenía algo de contacto con su familia materna enseguida se le pegaba el acento andaluz. Llegó el postre, una tarta de yogur, canela y galleta, ninguno dudó en repetir.

A ti, sin llegarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora