Capítulo 5: A ti, que de repente me alegras y de pronto me entristeces

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        Domingo, ansiado domingo, tan tranquilo y lánguido como siempre, las doce y lo único que la despertó fueron unos golpes en su ventana. Sonrió instantánea, había tenido una muy buena noche. Se sentó y miró por la ventana, debía tener todo el pelo hecho una verdadera maraña, todo el pelo rizado al estilo ochentero. Él empezó a reírse al verla tan horrible, con la baba seca cayéndole por la barbilla, con legañas en los ojos y los pelos hechos un desastre.

        -¿Te acabas de levantar no, fiera?-ella lo miró con una ceja alzada Y entonces cayó en que se acababa de levantar y parecía un león.

        -Joder, no me mires, que parezco un león-se escondió en la cama.

        -Oh, vamos, solo te pareces un poco-dijo a la vez que reía. 

        -¡No te rías!-ella bajo de la cama, gateando y cogió una goma, se recogió el pelo en un moño y se lavó la cara. Volvió a su sitio y lo miró.

        -Ya está-sonrió. Él la miró, ciertamente hubiese preferido que no se hubiese lavado ni peinado, como estaba antes iba bien. Nunca había visto a una chica recién levantada, su ex novia parecía que estuviese arreglada a la espera de que él la viese. Ahora que lo pensaba si que era algo superficial. 

        -¿Qué tal has dormido?

        -Bien, de tirón trece horitas-sonrió atontailla mirando a la nada. 

        -Madre mía, eres una marmota, vecina.

        -Sí, pero una marmota feliz-él rió y ella con él.

      -¿Vas a hacer algo hoy?-Gis se sorprendió ante la pregunta, ¿enserio estaba dispuesto ha hacer algo con ella?

        -Pues en realidad no tenía nada en mente, ¿por?-él pareció pensarlo detenidamente antes de decirle:

        -No, por saberlo-a ella se le fueron las ilusiones bajo tierra y solo dijo:

        -Ah, vale-le sonrió de lado, cogió las muletas-. Voy a desayunar.

        -Sí, yo también-y cada uno se fue por su lado.

···

        Jugaba con Sam en el patio, hacía buen tiempo para estar en él, aunque preferiría estar en la cama hablando con el hombre de sus sueños, pero le daba la impresión de que no volvería a hablar con él nunca más. 

        -Gis, ¿puedes concentrarte? Es que ya te has equivocado dos veces con la canción-estaban jugando a las palmas, ya que ella tenía la pierna como la tenía, menos mal que al día siguiente tenía que ir al médico y le diría algo. No le dolía, pero más valía no arriesgarse o podría ser que se quedara más tiempo con aquella muletas que la hacían ver tan estúpida. Se volvió a concentrar en las palmas y jugaron hasta que su madre los llamó a comer. Fueron y al llegar el padre de ambos les tenía preparado un manjar en toda regla. Se sentaron a comer. Fue una comida tranquila, como las de cada domingo.

        -He oído que el sábado que viene hacen una fiesta en honor al solsticio de invierno-comentó Bob.

        -Pero si no es hasta dentro de dos semanas, aún queda para Navidad-le dijo Karen.

        -¿Y qué tiene de especial la fiesta?-preguntó Gis sin dejar de comer.

        -Creo que habrá una feria y luego una actuación de un grupo o algo así he oído-le explicó su padre.

        -¡Una feria! Mamá, hay que ir-dijo muy animado Sam, Karen sonrió asintiendo. Gis no dudaba el porque su padre se había enamorado de su madre. Ella era bella, y a demás, sabía por fotos, que cuando era más joven tenía una larguísima melena rizada pelirroja, la cual ella había heredado. También sabía que era una chica inteligente, aplicada y amable. Le gustaba la fiesta y la moda. Era lo que todo hombre querría. Ella, Gisselle, admiraba a su madre como a ninguna otra mujer. También tenía sus pegas, le gustaba tenerlo todo en orden, y de vez en cuando le salía su peor parte, el mal genio.

A ti, sin llegarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora