Melodía

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Cuando llegué al instituto, tuve que esperar un rato. La última clase del día todavía no había terminado. Me alegré, porque tenía cosas en las que pensar y necesitaba estar unos minutos a solas.

Su aroma persistía en el coche. Dejé las ventanillas cerradas con el fin de que la fragancia me embistiese y me ayudase a acostumbrarme al dolor de esa quemazón que me infligía a mí mismo de forma deliberada.

Atracción.

Era una cuestión peliaguda. Con tantos aspectos, tantos sentidos y niveles distintos. No era lo mismo que el amor, pero estaba vinculado a este de un modo inextricable.

No tenía la menor idea de si Izuku se sentía atraído por mí. (¿Su silencio mental me provocaría más y más frustración hasta enloquecerme? ¿O existía un límite y yo acabaría por alcanzarlo?).

Intenté comparar sus reacciones físicas con las de otras personas, como la recepcionista o Toga Himiko, pero el ejercicio no me proporcionó pruebas concluyentes. Marcadores idénticos — cambios en el ritmo cardíaco y en las pautas respiratorias— podían ser tanto indicativos de miedo, sorpresa o ansiedad como de interés.

Sin duda otras mujeres, al igual que hombres, habían reaccionado a mi rostro con aprensión de manera instintiva. De hecho, era una reacción mucho más frecuente que la alternativa. Me parecía improbable que Izuku albergara hacia mí la misma clase de pensamientos que Toga Himiko había albergado en el pasado. Al fin y al cabo, el era muy consciente de que había algo extraño en mi persona, aunque no supiera qué era exactamente. Había tocado mi piel gélida y apartado la mano presa de un escalofrío.

Y sin embargo... recordaba sin poder evitarlo esas fantasías que antes me repugnaban, aunque con Izuku en el lugar de Toga.

Mi respiración se estaba acelerando, el aliento subía y bajaba por mi garganta como llamaradas.

¿Y si hubiera sido Izuku quien hubiese imaginado que le rodeaba el delicado cuerpo con los brazos? ¿Y si el hubiera fantaseado que lo estrechaba contra mi pecho y le levantaba la barbilla con la mano? ¿Que apartaba la rizada melena de su rostro ruborizado, con las pecas sobresaliendo como una noche estrellada y repasaba sus carnosos labios con los dedos? Y acercaba mi cara a la suya hasta tal punto que notaba en la boca el calor de su aliento, cada vez más cerca...

Al llegar a este punto abandoné mis ensoñaciones sobresaltado. Sabía muy bien, igual que cuando Toga imaginaba esas cosas, lo que pasaría si me acercaba a el.

La atracción ofrecía un dilema insoluble, dado que yo ya me sentía demasiado atraído por Izuku del peor modo posible.

¿Quería yo que Izuku sintiera deseo por mí, igual que una persona deseaba a otra?

No, la pregunta estaba mal formulada. Debería preguntar si estaba bien que yo aspirase a despertar en Izuku esa clase de atracción y la respuesta era «no». Porque yo no era humano y no sería justo para el.

Cada fibra de mi ser ansiaba ser un hombre normal para poder envolverlo entre mis brazos sin poner en riesgo su vida. Para tener la libertad de dar rienda suelta a mis fantasías, ensoñaciones que no terminasen con su sangre empapando mis manos, con su sangre brillando en mis ojos.

Mi aspiración era inexcusable. ¿Qué clase de relación le podía ofrecer, si no podía arriesgarme a tocarlo?

Enterré la cara entre las manos.

Estaba confuso a más no poder porque jamás en toda mi vida me había sentido tan humano..., ni siquiera cuando estaba vivo, hasta donde yo recordaba. En aquella época tan solo aspiraba a la gloria del soldado, mi padre alentandome a seguir sus pasos, como un hijo perfecto y yo dispuesto a ello, no habia nada que deseara. La Gran Guerra había causado estragos durante buena parte de mi adolescencia, y únicamente me faltaban nueve meses para cumplir dieciocho años cuando azotó la gran pandemia de gripe española. Tan solo conservaba imágenes difusas de aquellos años humanos, recuerdos turbios que se tornaban menos reales con cada década que transcurría. Recordaba a mi madre por encima de todo y notaba un dolor antiguo cada vez que evocaba su rostro. Me acordaba vagamente del odio que le inspiraba ese futuro que a mí tanto me ilusionaba y su costumbre de rogar cuando bendecía la mesa de la cena que la «espantosa guerra» terminara pronto. No conservaba recuerdos de otro tipo de anhelo. Aparte del amor de mi madre, no había ningún otro afecto que suscitara en mí el deseo de quedarme.

Sol de Media NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora