Grupo Sanguíneo

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Lo observé todo el día a través de ojos ajenos, sin apenas ser consciente de lo que sucedía a mi alrededor.

No recurrí a la mirada de Tuoya Himura, porque ya no podía seguir soportando sus ofensivas fantasías, ni a la de Toga Himiko, porque su resentimiento hacia Deku me irritaba. Tsuyu Asui ofrecía una buena alternativa cuando sus ojos estaban disponibles. Era amable; me sentía cómodo en su mente. Y también, de vez en cuando, los profesores aportaban excelentes vistas.

Me sorprendió descubrir, conforme veía a Deku trastabillar de acá para allá a lo largo del día —tropezando con las grietas de la acera, con algún libro caído y, la mayoría de las veces, con sus propios pies—, que la gente a la que escuchaba a hurtadillas lo consideraba «torpe».

Lo medité. Era cierto que a menudo experimentaba problemas para permanecer erguido. Recordé su accidentada llegada al pupitre aquel primer día, su resbalón en el hielo antes del accidente, su traspiés con el reborde de la puerta ayer mismo. Qué curioso... Tenían razón. Era torpe.

No sé por qué razón me pareció tan gracioso el descubrimiento, pero me reí a carcajadas mientras recorría el trayecto de Historia a Lengua y Literatura. Varias personas me miraron con recelo antes de apartar los ojos a toda prisa de mi dentadura al descubierto. Era tan extraño que el príncipe de hielo, como algunos pensaban de mi, estuviese sonriendo e incluso riendo cuando en los dos años que llevaba en el lugar mis risas eran contadas, sobre todo las reales.

¿Cómo era posible que nunca hubiera reparado en ello? Tal vez porque, en reposo, su porte emanaba elegancia, la posición de su cabeza, el arco de su cuello...

Ahora mismo no desprendía ni un ápice de refinamiento. El señor Warner lo vio introducir la punta de la bota en una junta de la moqueta y desplomarse sobre la silla.

De nuevo se me escapó la risa.

El tiempo transcurrió con insufrible lentitud mientras aguardaba el momento de contemplarlo con mis propios ojos. Por fin sonó el timbre y me dirigí a grandes zancadas hacia la cafetería para asegurarme mi posición. Fui el primero en llegar. Escogí una mesa que solía estar vacía y que sin duda seguiría así en cuanto me vieran sentado allí.

Cuando mi familia entró y me avistó a solas en mi nueva ubicación, no mostraron sorpresa ninguna. Ochako ya debía de haberles advertido.

Bakugou pasó por mi lado sin volverse a mirarme siquiera.

Idiota.

Mi relación con el nunca había sido fácil. Por lo visto lo ofendí desde el primer instante en que abrí la boca para hablar, y a partir de entonces las cosas fueron de mal en peor. Sin embargo, yo intuía que últimamente estaba aún más irritable si cabe que de costumbre. Suspiré. Bakugou se lo tomaba todo como algo personal.

Iida me dedicó una sonrisa de medio lado al pasar.

Buena suerte, me transmitió sin demasiado convencimiento.

Eijiro puso los ojos en blanco y negó con la cabeza.

Ha perdido el juicio, pobre chico.

Ochako, en cambio, exhibía una expresión tan radiante que dejaba demasiado a la vista su resplandeciente dentadura.

¿Ya puedo hablar con Deku?

—Mantente al margen —le dije por lo bajo.

Su gesto languideció, pero al instante volvió a iluminarse. Muy bien. Tú sigue en tus trece. Solo es cuestión de tiempo. Volví a suspirar.

No olvides lo del laboratorio de Biología de hoy, me recordó.

Asentí. Me fastidiaba que el señor Banner hubiera organizado ese ejercicio. Yo había perdido infinidad de horas sentado al lado de Deku en clase de Biología mientras fingía ignorarlo; se me antojó una triste ironía que precisamente hoy fuera a perderme ese rato en su compañía.

Sol de Media NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora