El Fantasma

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Los invitados de Tenya pasaron dos días soleados en Forks, pero yo apenas los vi. La única razón por la que pasé por casa fue para que Nana no se preocupara. Por lo demás, mi existencia parecía más propia de un espectro que de un vampiro. Merodeaba invisible entre las sombras, desde donde podía seguir al objeto de mi amor y mi obsesión, verlo y oírlo a través de las mentes de los afortunados humanos que podían caminar junto a el bajo el sol. A veces, le rozaban la mano con la suya sin querer, pero el nunca parecía reaccionar a ese contacto: la piel de los demás era tan cálida como la suya.

El lunes por la mañana espié una conversación que tenía el potencial de destruir mi confianza en mí mismo y de convertir en una tortura el tiempo que pasaba lejos de el. Sin embargo, terminó alegrándome el día.

No me quedaba otro remedio que sentir un poco de respeto por Tuoya Himura: era más valiente de lo que yo había dado por supuesto. No se había contentado con rendirse y retirarse a lamerse las heridas, sino que tenía intención de volver a intentarlo.

Deku llegó bastante temprano al instituto. Al parecer, quería disfrutar del sol mientras durase, así que se sentó en uno de los bancos de las mesas de pícnic a esperar que sonara la campana. Su cabello reflejaba el sol de formas diversas e inusitadas; resplandecía con unos destellos negros y verdes que no me esperaba.

Allí, garabateando de nuevo en un nuevo cuaderno y moviendo los labios como si murmurara, fue donde lo encontró Tuoya, encantado con su buena suerte. Mientras tanto, yo no podía más que observar, impotente, atrapado en las sombras del bosque por la brillante luz del sol. Era una agonía.

El lo saludó con entusiasmo; aquello lo puso eufórico y a mí... lo opuesto.

¿Ves? Le gusto. No sonreiría así si no le gustara. Seguro que quiere ir conmigo al baile. ¿Qué habrá en Seattle que sea tan importante?

El chico reparó en el cambio de su cabello.

—No me había dado cuenta antes de que tu pelo tiene reflejos verdes.

Le cogió un mechón con dos dedos y arranqué sin querer el joven abeto sobre el que descansaba mi mano.

—Solo al sol —respondió el.

Para mi profunda satisfacción, se apartó un poco cuando él le colocó el mechón detrás de la oreja. Tuoya tardó un minuto en aunar el coraje necesario e hizo tiempo con una conversación trivial. El le recordó que tenían que entregar un trabajo el miércoles. A juzgar por la expresión ligeramente petulante de su rostro, Deku ya lo había terminado. En cambio, a él se le había olvidado por completo, lo que disminuía en gran medida su tiempo libre.

Por fin fue al grano —mientras yo apretaba los dientes con tanta fuerza que habría sido capaz de pulverizar granito—, pero ni siquiera entonces fue capaz de preguntárselo directamente.

—Te iba a preguntar si querías salir.

—Ah —respondió el.

Se produjo un breve silencio.

¿«Ah»? ¿Y eso qué quiere decir? ¿Me va a decir que sí? Un momento... Creo que en realidad no se lo he preguntado.

Tuoya tragó saliva.

—Bueno, podríamos ir a cenar o algo así... Puedo trabajar más tarde.

Serás estúpido... Eso tampoco es una pregunta.

—Dabi...

Me golpeó una oleada de celos agónicos y furiosos tan poderosa como la de la semana anterior. Sentí la necesidad de cruzar hasta donde estaban a toda prisa, a una velocidad superior a la que es capaz de registrar el ojo humano, y llevármelo, apartarlo de aquel chico al que, en aquel momento, odiaba tanto que lo podría haber matado sin una razón más allá de mi propio disfrute.

Sol de Media NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora