012. Ése culo me conoce.

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14 de febrero. ¿Qué se celebraba ese día?, ¿Acaso iban a dar despensas o por qué todos andaban tan alborotados?

La gran mayoría de las parejitas en el barrio se estaban preparando para ese maravilloso día. Víctor había hecho a un lado todos sus traumas con aquella fecha. Después de haber sido rechazado el día de san valentin en la escuela dijo que ya no festejaría esa típica celebración.

Pero no pudo hacer nada cuando vió a su guapa novia despertar junto a él en su cama metida bajo las sabanas.
Ya tenía planes para ese día y no habría nada que lo arruinara.

Cuco se levantó más temprano que su Julieta, Carlis estaba con él leyéndole la receta de los hot cakes mientras Juanito exprimía las naranjas para el jugo que estaba por hacer, eso sí, muy sonriente pues se había ido a dormir con la mejor noticia que Román le pudo haber dado en toda la vida.

"•- Mañana te va a llegar Saúl."


Así que ahí andaba, imaginándose su vida juntos, cómo se iban a llamar sus hijos y a qué mascota le iban a poner "El licenciado".

Y qué decirse de Tadeo, que como buen hijo de la señora de la papelería ya se encontraba desde temprano preparándose para ver a su morrito. Porque ése bro ya tenía el regalo preparado desde antes de navidad.
Se miró en el espejo del baño pasándose las manos por su recién teñido cabello rubio y echándose medio litro de "Forever Wisconsin, para un hombre sin reservas".

Mientras Román estaba sentado en la cama de su hermano; ambos ya estaban vestidos con su ropa de charros, porque como quien dice "a la orden pal desorden". Tenían un montón de contrataciones para ese día, y si sus cuentas no le fallaban, iba a tener la noche libre para pasarla con su morrita, empachándose con tacos de canasta y viendo películas.

La pobre de Carlita dejó a su padrastro en la cocina para irse a su recámara y levantar su desastre. La noche anterior había tenido una pijamada con Yesenia y Lily, puesto que la prima se había ido a festejar el día de los enamorados desde antes.
No sería equivocado el decir que en el fondo de ella existía una pequeña luz de esperanza de que cierto hombre de incontables pecas y manos ilegales le pudiera llevar algún regalo ese día.

Después de navidad habían entablado una relación mucho más cercana. Iban que a la feria, que le invitaba unos tacos, que un elote con chile del que pica, en fin, ya hasta Juan Cuco se estaba haciendo a la idea que la chiquilla estaba a punto de salirse del corral para hacerse novia de Feliciano.

Debía ir comprando pepinos porque se venía la plática de la sexualidad.

Pero sin duda alguna, si había alguien más nervioso que el Faviruchis dando una nota del Chapo, era el buen tamalero Mario, quién la noche anterior mientras amasaba la masa para sus tamales estaba planeando la mejor manera de celebrar el día de los enamorados con cierto chico de mejillas peculiares que lo había enamorado desde hace tiempo, y llegó a la conclusión de que lo mejor que podía hacerle era llevarle serenata, y claro que su mejor opción eran Los Guapacharros: Guapos, Calientes, Charros y nada Guarros.

Así que ahí se encontraba, tratando de comunicarse con su buen amigo el Cris para ver si aún les quedaba espacio en su tan apretada agenda. De puro milagro pudo obtener su confirmación; sería a las cinco de la tarde cuando el regalo de Julián se haría presente, ahora sólo faltaba comprar unas flores y unos Ferrero Rocher y listo, pues si los tamales sí dejaban buen varo.

Del otro lado del barrio estaban Don Héctor y la muchacha Mónica, quienes ya habían dejado a los niños encargados con la abuela para disfrutar el día plenamente, porque hoy en su casa sonaría la canción "40 y 20" todo el día y a todo volumen. Nombre, si casarse había sido un pleito con la familia de la joven por la evidente diferencia de edad, pero se escudaron en que se amaban, tanto que Mónica de un día para otro salió embarazada y no más así su familia pudo aflojar.

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