006. Éstos celos me hacen daño, me enloqueceeeeeeeen

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La gran mayoría de niños crecen con las películas de Disney.

Las niñas se idealizan siendo una princesa perfecta y los niños se conforman con ser el príncipe que las salvará de cualquier peligro.

Pero Juan Joaquín siempre soñó con ser la princesa.

Y es que en cierta parte tiene sus grandes beneficios, pues tu única tarea es lucir perfecto mientras esperas a que tu fiel caballero cargue con una armadura más pesada que tres cobijas de tigre en pleno invierno.

Aquella mañana despertó sintiéndose de todo menos como una princesa. Aún sentía el alcohol recorrer su cuerpo mientras su cabeza parecía estallar del dolor.

Sus rodillas ardían después de una batalla campal en la piñata y sus fotos rondaban por todo Facebook luego de que se hiciera amigo de los puercos que criaban en la casa de Adrián.

Para la próxima la pensaría antes de ir a una posada.

Se levanto en su típica pijama de ositos yendo a la cocina para preparar su típico café. Prendió el televisor para ver su horóscopo en el programa mañanero y pues porqué no, mirar uno que otro chisme.

Aún estaba oscuro por lo que trataba de no hacer mucho ruido, su hermana aún seguía dormida soñando que Sergito se le declaraba en un partido de sus poderosísimas chivas.

Después de que sus papás se fueran a vivir a un pueblo a las afueras de la ciudad, él era el responsable de su hermana menor. Fue así como desde muy joven abrió su estética como una forma de solventar los gastos extra de la casa, además de que era de gustos un poco caros y no podía seguirle pidiendo dinero extra a sus padres para comprarse unos zapatos de diseñador.

Fue el encargado de ver a su hermana salir de la secundaria, quien la peinó en su salida y quien todas las mañanas sin falta le preparaba su torta de huevito con jamón y chiles en vinagre.

Estaba tan preocupado por ella que se descuidó bastante, pues era su única responsabilidad en la vida.
Durante todo ese tiempo estuvo teniendo unos momentos algo difíciles, prefería quedarse en casa a limpiar o ayudarle con sus tareas a salir con su grupo de amigos a comer o simplemente a ver alguna película como en los viejos tiempos.

Dejo ir a sus pretendientes haciéndolos pensar que era padre soltero, y es que nadie se quería hacer cargo de aquella pequeña niña que se escondía del doctor Simi.

Luego de que ella creciera y decidiera estudiar belleza sintió un gran alivio, pues ya no solo lo ayudaba con el hogar, sino que lo impulsó a querer conseguir una pareja.

En uno de sus intentos por no quedarse a vestir santos instaló una aplicación de citas, hasta se bañó para tomarse unas buenas fotos y subirlas:

"Juan Joaquín, 25 años.
Me gusta el baile, los libros, beber café y la lluvia. Me encantaría que hiciéramos un maratón de "vestido de novia" y terminemos en mi cama".

Fue así cuando después de muchos matches y conversaciones fallidas, conoció a un hombre que le hizo agua la canoa: Santos Alejandro.
Un ranchero que se tomaba fotos frente a magueyes gigantes con sombrero vaquero y las mangas de la camisa arremangadas.

La primera conversación fue muy simple e inclusive incomoda, pero mientras más pasaban los días la cosa se volvía más intensa.

Se dieron cuenta que tenían muchas cosas en común, como que les gustaba Chayanne, las papas con mayonesa y el mezcal.

Nombre, Juan Joaquín andaba rifadísimo, se sentía soñado, cada día se sentía más atraído por aquel guapo muchacho que venía de un rancho en el norte llamado "Los astros". Ya se veía en modo buchón con botas más caras que todo su guardarropa, con un sombrero increíblemente costoso y arriba de una camioneta del año.

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