015. No sea así, comadre 😔

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El carácter de doña Irinea era duro, frío y muy calculador.

Esa mañana despertó con una actitud poco convencional. Se dió un baño de agua caliente para ir a desayunar con su comadre, sin rechistar ni quejarse del sabor de la comida ni una sola vez.

La pobre mucama sólo se persinó esperando que todos sus rezos y plegarias por fin hayan sido escuchadas y la señora controle sus impulsos agresivos y, de vez en cuando, muy controladores.

Pero la señora tenía sus razones para estar feliz ese día.

Había conversado con su hija unos días atrás sobre la posibilidad de que se fuera a pasar unos días a su casa con su novio y su hermano.

Al parecer estaba muy enamorada de ése muchacho, y pues tan mal no le caía el yerno. Era un buen tipo, trabajador y de bonita cara que, sobre todas las cosas, causaba que su hija estuviera feliz, y eso era lo más importante.
Muchas noches se quedaba despierta, metida en sus pensamientos sobre la posibilidad de no volver a pasar tiempo de calidad con sus niños.
Luis cada vez estaba más viejo y se comportaba más fuera del estilo de vida con el que fue criado. Si no quería ser mal pensada, pero estaba segura que su muchacho le iba a salir gay.

Y Andrea, era muy probable que se casará pronto, si ya hasta se había conseguido un trabajo y estaba ahorrando para comprarse una casa con el amor de su vida.

¿Por qué no tuvo otro hijo?, ahora solo tenía a su comadre, con quien se echaba sus chismes de 5 horas con cafecito y galletas incluidas.

Así que estaba feliz esperando la llegada de sus invitados, pues sabía que -la ahora pelinegra- no iba a llegar sola; su cuñado está aún pequeño y se vendría con el novio, además de que siempre se movía en paquete de dos con su prima, quien también ya tenía una pata en el matrimonio y otra en la casa de su mamá.

Pero cómo se ve que doña Irene no conoce el lugar donde su hija se fue a meter.

Andrea sentía el sudor escurrirle por el cuerpo. Su cuñado estaba sobre sus piernas clavándole su codo huesudo en el pecho cada que se movía en su asiento.

-Ya cállense, chingada madre, que ya me quiero dormir.

Agustín le aventó su cascara de mandarina a Sergio, quien no paraba de reír como limpia vidrios, abrazando su hielera llena de botellas de agua.

No vaya siendo que alguien se deshidrate a pleno camino, no, no, no. Nadie se había echado el curso de la Cruz Roja para los primeros auxilios, y lo único que sabían era que la gran mayoría de ellos se desmayaban al ver un poco de sangre.

En la otra camioneta no era muy distinto el escenario. Carla le daba caramelos en la boca a su novio, que se sentía como un gatito muy mimado.

Cuco los miraba desde su asiento con los brazos cruzados, ya no podía hacer mucho por ellos, pero sí por Juanito, que quién sabe qué venía haciendo en el coche de enfrente.

Nada malo de hecho, sólo iba todo chueco en su asiento, con el cuello colgando para un lado y el pie sobre las piernas de Ariana, que iba bien cómoda sobre el regazo de Regina.

Pero la sorpresa del viaje: Doña Yuridia.

Aquella señora de carita angelical era la mamá de los Perez. Una buena mujer dueña de la papelería de la colonia, a la que le salía bien chingón su chocoflan y vendía aguas frescas en las kermeses de la secundaria.
Había sido invitada por Julia. Eran buenas amigas desde hace un tiempo pues sus chamacos fueron juntos desde la primaria, por eso quería que los acompañara en esa nueva aventura.

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